5/12/12

tu nombre/ Fabrício Corsaletti


tu nombre

si tuviera un bar tendría tu nombre
si tuviera un barco tendría tu nombre
si comprara una yegua le daría tu nombre
mi mascota imaginaria tiene tu nombre
si enloqueciera pasaría las tardes repitiendo tu nombre
si muero viejito, en el suspiro final balbucearé tu nombre
si fuera asesinado con la boca llena de sangre gritaré tu nombre
si encontraran mi cuerpo flotando en el mar en mi bolsa habrá un papelito con tu nombre
si me suicido al jalar el gatillo pensaré en tu nombre
la primera muchacha que besé tenía tu nombre
en la secundaria yo tenía dos amigas con tu nombre
antes de ti tuve tres novias con tu nombre
en la calle hay mujeres que parecen tener tu nombre
en el video que frecuento hay una empleada con tu nombre
a veces las nubes casi forman tu nombre
mirando las estrellas es siempre posible dibujar tu nombre
el último verso del famoso poema de Éluard podría muy bien ser tu nombre
Apollinaire escribió poemas a Lou porque en la locura de la guerra no conseguía recordar tu nombre
no entiendo por qué Chico Buarque no compuso una canción para tu nombre
si fuera un travesti usaría tu nombre
si un día cambio de sexo adoptaré tu nombre
mi madre me contó que si hubiera sido niña tendría tu nombre
si tengo una hija tendrá tu nombre
mi contraseña de e-mail ya fue tu nombre
mi contraseña del banco es una variación de tu nombre
tengo pena de tus hijos porque en general dicen “madre” en vez de tu nombre
tengo pena de tus padres porque en general dicen “hija” en vez de tu nombre
tengo mucha pena de tus ex-maridos porque asocian el término “ex-mujer” a tu nombre
tengo envidia del oficial de registro que mecanografió por primera tu nombre
cuando me emborracho digo mucho tu nombre
cuando estoy sobrio me controlo para no decir de más tu nombre
es difícil hablar de ti sin mencionar tu nombre
una vez soñé que todo en el mundo tenía tu nombre
conejo tenía tu nombre
taza tenía tu nombre
teleférico tenía tu nombre
en el índice onomástico de mi biografía habrá millares de referencias a tu nombre
en la foto de Korda ¿hacia dónde mira el Che sino para el infinito de tu nombre?
algunas profesoras de la USP serían menos amargas si tuvieran tu nombre
detesto el trabajo porque me impide concentrarme en tu nombre
“cábala” es una palabra linda, pero no llega a los pies de tu nombre
en el cabo de mi bengala grabaré tu nombre
no puedo ser nihilista mientras exista tu nombre
no puedo ser anarquista si eso implica la degradación de tu nombre
no puedo ser comunista si tengo que compartir tu nombre
no puedo ser fascista si no quiero imponer a otros tu nombre
no puedo ser capitalista si no deseo nada más allá de tu nombre
cuando salí de la casa de mis padres fui detrás de tu nombre
viví tres años en un barrio que tenía tu nombre
espero nunca dejar de amarte para no olvidar tu nombre
espero que nunca me dejes para no ser obligado a olvidar tu nombre
espero nunca odiarte para no tener que odiar tu nombre
espero que nunca me odies para no quedar arrasado al oír tu nombre
la literatura no me interesa tanto como tu nombre
cuando la poesía es buena es como tu nombre
cuando la poesía apesta tiene algo de tu nombre
estoy cansado de la vida, pero eso no tiene nada que ver con tu nombre
estoy escribiendo el quincuagésimo octavo verso sobre tu nombre
tal vez yo no sea un poeta a la altura de tu nombre
por si las dudas voy a acabar el poema sin decir explícitamente tu nombre

Fabrício Corsaletti (Santo Inácio, 1978).

Traducción de Sergio Ernesto Ríos.

Revista Cultural Alternativas, diciembre de 2012.





29/11/12

CATNIP de Xitlalitl Rodríguez Mendoza/ Gabriel Martínez Bucio




Desde las primeras páginas de Catnip (Colección La Ceibita, Tierra Adentro) sospeché que existía la posibilidad de convertirme en objeto de una ironía o una crítica sutil. Continué leyendo con cuidado mientras recordaba que Xitlalitl Rodríguez (a.k.a. Sisi) tiene la facilidad de dislocar al lector y ponerlo en un continuo estado de vigilia.

Decidí continuar y admití que el gato es un gran animal (sacudiéndome cualquier atisbo de alergia personal ((no sé si los gatos no me caen bien porque no me agradan o si no me agradan porque no les caigo bien))). Es casi un espectro inventado por la literatura y no por la naturaleza, un interesantísimo felino, siempre paseándose en la lontananza de la vida cotidiana:

¿Qué objetos diminutos realizan
la danza de los cables deshechos,
de las pelusas entre sus garras?
¿Qué se mueve lejos del día?

Sólo ellos saben, misteriosos observadores.

En la época medieval el hombre buscaba el ejemplo de los animales y contemplaba su actividad para ponerla en relación con su propia visión del mundo. Hay una sentencia del Bestiario Medieval, de Ignacio Malaxecheverría, que se podría aplicar a este poemario: "el animal es lo impenetrable y lo extraño, excelente razón para que el hombre proyecte en él sus angustias y sus terrores". En efecto, la virtud de Catnip consiste en que sea un gato el animal elegido. Un perrito jamás es extraño, un perico de ningún modo es impenetrable. Pero el gato siempre escapa elegantemente de cualquier definición. Y probablemente sea el animal más poético de la historia; basta mencionar su aparición con los grandes: Baudelaire, Tzara, Cortázar, Vallejo, Wilde…

Los gatos de Xitlalitl sirven como filtro, como una "puerta desvencijada […] o una especie de ventana hacia el claro", son el paréntesis necesario para proyectar la realidad. Su presencia es una delgadísima neblina que todo lo vuelve de alguna forma, a veces lúdica y otras terrible. Incluso uno llega a imaginar que las mismas letras son gatunas: “Ésta, como casi todas las historias sobre gatos, tiene como personaje principal a una sinalefa”, “he muerto y lo contrario varias veces”. Este humor fino, felino, recorre los versos imitando el delicado andar de los gatos sobre libreros. Sin embargo, los versos no se quedan únicamente como un juego de libre asociación. El hecho de invertir el sentido original de las frases mantiene una lógica que no le es necesaria al entendimiento. Pensemos en el verso "los hombres son injustos con los gatos porque la curiosidad mató a Orfeo", donde se establecen nuevas correlaciones poéticas. Las conexiones han sido disparadas en distintas direcciones por medio de un guiño, de un extrañamiento. Ahí es cuando el lector se siente dislocado: “la curiosidad mató a Orfeo”. Xitlalitl Rodríguez concentra la atención del lector en un punto y a la mitad de la frase (o del aliento) invierte el sentido permitiendo nuevas lecturas y significaciones. En Catnip, se tuerce la lógica convencional para obtener infinitas posibilidades poéticas.

Estos efectos los ha trabajado durante algún tiempo Xitlalitl. Recordemos que su columna en Milenio se llamaba Dealers que no me maten, haciendo referencia obviamente al cuento de Rulfo: “Diles que no me maten”. Incluso desde el título de su primer libro Polvo lugar jugaba irónicamente al cambiar la “n” por una “g”.

La segunda parte del poemario comienza con la catástrofe nuclear de Fukushima ocurrida hace algunos años: "Vamos por Tokio/ protegiéndonos/ la médula espinal/ con papel aluminio./ Niños/ e hikikomoris/ yacen/ en partes/ sobre cualquier/ lugar y no/ los vemos./ El fin del/ mundo/ es una moda/ no caduca,/ cada quien/ ve uno, por/ lo menos./ Un grito,/ un gemido,/ un sollozo,/ tantas/  pruebas de vida/ tan poco/ que las valide". Son un eco roto de aquellos versos de T.S. Eliot: "this is how the world ends, not with a bang, but a whimper". En verdad somos los hombres huecos; tragedias que nadie voltea a ver más que en los segundos que salen en la pantalla del televisor. Al ritmo del zapping o de los versos entrecortados del poema. Pero todos preocupados por las profecías mayas del 2012. ¡Cuánta hipocresía de nuestra parte! Estos versos funcionan como epitafios; nos recuerdan la indiferencia que mostramos ante lo sucedido en Japón, un lugar que –como bien insinúa Xitlalitl–, parece un planeta distinto al nuestro, un sitio que está tan estúpidamente lejano. En verdad, ¿quiénes son los que se están muriendo de a poco?

Pero mi parte favorita es la última, el homenaje a Robert Walser, aquel escritor y poeta suizo que se internó voluntariamente en un hospital psiquiátrico, y que ahora Siruela ha puesto a nuestro “alcance”.

Una cita de Walser abre la tercera parte del poemario y esconde tras la sutileza de las letras, un rastro amargo: “Edith lo ama. Luego volveremos sobre ello”. Como si al final de una historia de amor, el narrador agregara “sí sí sí, lo ama, pero no es de gran importancia, después volveremos, tranquilos todos, hay cosas más importantes”; como si el lector de Catnip después de haber pasado por gatos sobrevivientes de Stalingrado, por gatos exiliados, por familiares de gatos muertos, por Fukushima y sus restos de gatos por las calles, esperara una recompensa que no llega ni siquiera cuando se ha confirmado que alguien ama en este mundo.

Xitlalitl ha escogido precisamente un verso que imita el comportamiento gatuno: en un primer momento se acerca a lamerte la mano (Edith lo ama), a entregarte una muestra de afecto y después del punto-y-seguido se aleja indiferente, sin explicaciones (luego volveremos sobre ello).  Sin embargo, el homenaje continúa, debe continuar: “leche negra, noches blancas, nieve oscura”: es el gato que se pasea por las teclas de un piano y al llegar a las notas graves evoca la presencia de Paul Celan, Dostoievsky y Villaurrutia. Los fantasmas se han reunido para asistir al homenaje del verdadero maestro de Kafka. Un collage poético, donde Xitlalitl Rodríguez deja hablar a los muertos a través de su pluma. Pero el lector conoce la triste historia de Robert Walser y espera el golpe. Todo el poemario fue un presagio que lo ha preparado para el final desolador:

Edith lo ama.
Y sólo volvió
a la blancura de la joven
salina con sus ojos
muertos bajo la nieve,
con el costado roto por
la vida en la calle.
Edith lo ama, Robert Walser.
Usted nunca volvió sobre ella
ni sobre los vidrios rotos
de un hospital abandonado. 

5/11/12

VIVO/ Augusto de Campos


No quieras ser más vivo de lo que estás muerto.
Las siemprevivas mueren diariamente
Pisadas por tus pies en cuanto naces.
No quieras ser más muerto de lo que estás vivo.
Las muertes-vivas rompen las mortajas
Se miran unas y otras y retornan
(¡Sus cabellos azules, cómo arrastran el viento!)
Para amasar el pan de la propia carne.
Oh vivo-muerto que escarnecen las paredes,
Quieres oír y hablas,
Quieres morir y duermes.
Hace mucho que las espadas
Atravesándote lentamente lado y lado
Partieron tu voz. Sonríes.
Quieres morir y mueres.

Traducción de Sergio Ernesto Ríos

Revista Cultural Alternativas, noviembre de 2012.

24/10/12

una masa en verdad anónima/ Federico Schopf


una masa en verdad anónima de pseudoliteratura experimental pretenciosa increíblemente poco imaginativa voluntarista sobrecargada de desinformación y penosamente marcada por las deformaciones que le ha inflingido su pretensión de adecuarse ventajosamente a la oferta y demanda de un supuesto mercado libre del arte más inclinado en todo caso a los pastiches botticellianos y ghirlandaianos sintonizada plenamente con el BUEN GUSTO más deplorable y siútico que a las obras experimentales o postmodernas expuestas en espacios ALTERNATIVOS O DE RIESGO por autores uniformadamente marginales pero dispuestos a pasarse al menor aviso a la nueva institucionalidad como si algo hubiera cambiado desde el punto de vista de una marginalidad crítica al SISTEMA


19/10/12

Nombre y lágrimas/ Elio Vittorini


Yo escribía en la grava del parque y ya estaba oscuro; hacía un rato que había luces encendidas en todas las ventanas.
Pasó el guardián.
"¿Qué escribe?", me preguntó.
"Una palabra", respondí.
Se inclinó a mirar, pero no vio nada.
"¿Qué palabra es?", preguntó de nuevo.
"Bueno", dije yo, "es un nombre."
El agitó sus llaves.
"¿Nada vivo? ¿Nada debajo?"
"¡Oh, no!", exclamé.
Y reí también.
"Es el nombre de una persona", dije.
"¿De una persona que espera?", preguntó.
"Sí", respondí. "La espero."
El guardián se alejó entonces, y seguí escribiendo. Escribí y hallé la tierra bajo la grava; escarbé y escribí, y la noche fue más negra.

Regresó el guardián.
"¿Sigue escribiendo?", dijo.
"Sí", dije yo. "He escrito otro poco."
"¿Qué más ha escrito?", preguntó.
"Nada más", respondí. "Nada más que esa palabra."
"¡Cómo!", gritó el guardián. "¿Nada más que ese nombre?"
Agitó de nuevo sus llaves y encendió su linterna para mirar.
"Ya veo", dijo. "Sólo está ese nombre."
Alzó la linterna y me miró a la cara.
"Lo escribí más hondo", expliqué yo.
"Ah, ¿sí?" dijo él. "Si quiere continuar le doy un azadón."
"Démelo", respondí.
El guardián me dio el azadón, se alejó de nuevo, escarbé y escribí el nombre en lo profundo de la tierra. Lo habría escrito, de veras, hasta en el carbón y el hierro, hasta en los más secretos metales, que son nombres antiguos. Pero el guardián regresó una vez más y me dijo: "Ahora tiene que irse. Vamos a cerrar."

Salí de las fosas del nombre.
"Está bien", dije.
Dejé el azadón, me sequé la frente y vi la ciudad en torno mío, más allá de los árboles oscuros.
El guardián se rió burlonamente.
"No vino, ¿eh?"
"No vino", dije.
Pero de inmediato pregunté: "¿Quién no ha venido?"
El guardián levantó su linterna y me miró a la cara, como antes.
"La persona que usted esperaba", dijo.
"Sí", dije yo, "no vino."
Y volví a preguntarle al punto: "Pero ¿qué persona?"
"¡Caray!", exclamó el guardián. "La persona con ese nombre."
Agitó su linterna, agitó sus llaves y agregó: "Si quiere esperar un poco todavía, dígamelo; no se ande con cumplidos."
"No es eso lo importante", dije yo. "Gracias."

Pero no me fui, me quedé, y el guardián se quedó conmigo, como haciéndome compañía.
"¡Hermosa noche!", dijo.
"¡Hermosa!", dije yo.

Luego dio él algunos pasos hacia los árboles, con la linterna en la mano.
"Pero ¿está usted seguro de que no está ahí?"
Yo sabía que no podía venir, pero me estremecí.
"¿Dónde?", dije en voz baja.
"Ahí", dijo el guardián. "Sentada en la banca."
Las hojas se movieron con estas palabras; una mujer se alzó de la oscuridad y empezó a caminar sobre la grava. Cerré los ojos al oír el ruido de sus pasos.
"Sí vino, ¿eh?", dijo el guardián.
Sin responderle, le seguí los pasos a aquella mujer.
"¡Se cierra!", gritó el guardián. "¡Se cierra!"
Y gritando "se cierra" se alejó entre los árboles.

Seguí los pasos de aquella mujer fuera del parque, y luego por las calles de la ciudad.
Seguí lo que había sido el rumor de sus pasos en la grava. Y aun podría decir que iba en pos del recuerdo de sus pasos. Y fue un largo camino, un largo seguimiento, ora entre la muchedumbre, ora por aceras solitarias hasta que, por primera vez, alcé los ojos y la vi, una transeúnte a la luz de la última tienda.
Vi sus cabellos, es verdad. Nada más. Tuve miedo de perderla, y empecé a correr.
La ciudad, en aquellos rumbos, alternaba prados y casas altas, oscuros Campos de Marte y ferias de luces, con el ojo colorado del gasógeno al fondo. Pregunté varias veces: "¿Pasó por aquí?"
Todos contestaban que no sabían.
Pero una niña burlona se acercó velozmente, sobre patines de ruedas, y se echó a reír.
"¡Ja, ja, ja! Apuesto a que buscas a mi hermana."
"¿Tu hermana?", exclamé. "¿Cómo se llama tu hermana?"
"No te lo diré", respondió la niña.
Y se echo a reír de nuevo. Sobre sus patines, giró en torno mío la danza de la muerte.
"¡Ja, ja, ja!", reía.
"Dime entonces dónde está", le pregunté.
"¡Ja, ja, ja!", no dejaba de reír. "Está en un portón."
Siguió girando en torno mío su danza de la muerte un minuto más, luego se fue patinando en la infinita calzada, sin dejar de reír.
"¡Está en un portón!", gritó a lo lejos, riendo.

Había abyectas parejas en los portones, pero llegué a uno que estaba desnudo y desierto. El batiente se abrió al empujarlo, subí las escaleras y empecé a oír un llanto.
"¿Es ella la que está llorando?", pregunté a la portera.
La vieja dormía sentada en medio de los peldaños, con sus trapos en las manos. Se despertó, me miraba.
"No lo sé", respondió. "¿Quiere el ascensor?"
No lo quise, quería ir hasta aquel llanto, y seguí subiendo las escaleras entre negras ventanas abiertas de par en par. Llegué hasta donde estaba el llanto: detrás de una puerta blanca. Entré, lo escuché junto a mí, encendí la luz.
Pero no vi a nadie en aquel cuarto, ni oí nada más. Sin embargo, sobre el sofá estaba el pañuelo de sus lágrimas.

A PARTIR DE LOS VEINTE años posteriores a la caída del fascismo, la figura de Elio Vittorini ocupa un lugar preponderante como escritor y organizador de la cultura italiana, por su afición a la verdad, por la pasión intelectual que rechazaba toda forma de conformismo y por los "abstractos furores" de su actitud política. En su obra narrativa no falta nunca la tensión moral, el mito trágico de la ciudad y la evocación de la Sicilia como regazo materno. Semejante al ritmo de los truenos, el de su prosa se desplaza lentamente, acompañada por una especie de cadencioso tamborileo de repeticiones tónicas, que le dan un carácter musical, de eco interminable. El cuento «Nombre y lágrimas» formó parte de su novela Conversación en Sicilia en su primera edición, pero no en las sucesivas, para dejarlo como texto independiente.

Elio Vittorini nació en Siracusa en 1908; murió en Milán en 1966. Desde muy joven, desarrolló una intensa actividad como traductor de la literatura inglesa y norteamericana. Obra narrativa: Piccola borghesia (1931); Nei Morlacchi y Viaggio in Sardegna (1936); La tragica vicenda di Carlo III (1939), en colaboración con Giansiro Ferrata, cuya segunda edición tituló Sangue a Parma (1967);Conversazione in Sicilia (1941); Americana (1942); Uomini e no (1945); Il Sempione strizza l'occhio al Frejus (1947); Il garofano rosso (1948); Le donne di Messina (1949); Erica e la Garibaldina (1956); Diario in pubblico (1957); Le due tensioni (1967) y Le città del mondo (1969).

Traducción y nota  de Guillermo Fernández.

10/10/12

MAMÁ MORFINA/ Eros Alesi




Querido papá


Tú que estás ahora en las pasturas celestes, en las pasturas terrenas, en las pasturas marinas.
Tú que estás ahora en las pasturas humanas. Tú que vibras en el aire. Tú que amas a tu hijo Alesi Eros.
Tú que has llorado por tu hijo. Tú que sigues su vida con tus vibraciones pasadas y presentes.
Tú que eres amado por tu hijo, Tú el único que estaba en él. Tú a quién llaman muerto, ceniza, mundicia.
Tú que eres mi sombra protectora.
Tú a quien amo en este momento y siento más cercano que cualquier cosa.
Tú que eres y serás la fotocopia de mi vida.

Que tenía 6-7 años cuando te veía Hermoso-fuerte-orgulloso-seguro-arrogante, respetado y temido por los demás, que tenía 10-11 años cuando te miraba violento, ausente, malo, que te veía como un ogro, que te consideraba un Bastardo porque golpeabas a mi mamá.
que tenía 13-14 años cuando yo veía que veías perder tu papel.
que yo veía que veías el surgimiento de mi nuevo papel, del nuevo papel de mi madre.
que tenía 15 años y medio cuando yo veía que veías los litros de vino y las botellas de coñac que aumentaban espantosamente.
que yo veía que veías que tus miradas ya no eran hermosas-fuertes-orgullosas, fieras, respetadas y temidas por los demás.
que yo veía que veías alejarse a mi madre, que yo veía que veías el inicio de un normal, dramático desmoronamiento.
que yo veía que veías los litros de vino y las botellas de coñac aumentando considerablemente.
que tenía 15 años y medio viendo que veías que yo escapaba de casa, que mi madre escapaba de casa.
que tú querías representar al Duro.
que no tuviste ninguno.
que te quedaste solo en una casa con dos cuartos, más servicios.
que los litros de vino y las botellas de coñac siguieron aumentando.
que un día, que el día, en el cual viniste a sacarme de los separos secretos de Milán, vi que te veías solo. que tú querías a tu mujer o a tu hijo o a los dos en aquella casa con dos cuartos más servicios. que he visto que veías que estabas dispuesto a todo, con tal de recuperarnos.
que he visto que has visto tu mano tendida en señal de paz, de armisticio.
que he visto que has visto sobre tu mano un esputo.
que he visto que has visto tus ojos, lagrimeando soledad incrustada de sangre masoquista, punitiva.
que he visto que tú has visto el deseo de querer castigar tu vida.
que he visto que veías el deseo de no sufrir que he visto que veías los litros de vino y las botellas de coñac aumentando continuamente.
que he visto que veías en aquel periodo tu vida futura.
que supe que sabías que tu hijo era un drogadicto, que tu mujer esperaba un hijo de otro hombre (hijo que a ti no te quiso dar).
que he visto que veías pasar 3 años. que he visto que veías que el día 9-XII-69 no viniste a verme al manicomio porque estabas muerto.
que ahora ves que veo que el primero eres tú. que juegas baraja con el descarte, haciéndote el descartado.
Pero jugando, igualmente, que ahora ves que veo que te adoro, que te amo desde lo más profundo del ser.
que ahora ves que yo veo que mi madre se lamenta. ALESI FELICE PADRE DE EROS ALESI EROS
que ves que yo veo que he huido una vez más hacia la soledad.
que tú ves que yo veo sólo una gran, grandísima negrura, la misma negrura que yo veía que tú veías.
que seguirás mirando lo que veo.








Yo tenía 14 años


Yo tenía 14 años cuando la carne de mi ser se convirtió en un hueso caliente. Tenía 14 años cuando la carne de mi gusano se convirtió en un hueso caliente. Y se encorvó como hocico de caballo trotante, sobre los rizos de dos labios que chupaban la simiente vital. Tres cruces y un fraile sin barba, en la tierra que bebe la sangre de Dios/ Amor por la situación nacida/Que las ondas vibrantes desgarren las tinieblas y la espesa densidad nebulosa de mis verdades. Y el gran rechazo del sudario escarlata de la muerte. Que lloro sobre un cuaderno encontrado en las grutas del Pincio. Hierba verde, umbrosa y fresca. 
Que el gran mar del relajamiento. Que roma. Que los goterones y el vientecillo atlántico del 6 de marzo de 1970. Que da color de onda propia a los grandes sonidos que el vientecillo atlántico del 6 de marzo cubre, con la arena de la indiferencia oportunamente situacional, las masacres los estragos de mis verdades. Después de cuánta sangre coagulada tendré que acumular mi credo en la máquina destructo-creativa del espacio.








29-1-1971 Roma

Que hierba verde, sombreada y fresca. Que aparece el gran mar del gran relajamiento. Que roma, el vientecillo atlético de febrero de 1970, que el vientecillo del 6 de febrero de 1970 cubre con su arena, oportuna e indiferentemente, mis verdades. ¡Quién sabe! Después de tanta sangre coagulada habré de caer en 
la máquina destructo-creativa del universo.









Que he oído a Giorgio


Que he oído a Ettore caer al suelo y que no me gusta sentirme único vencedor, que tengo terror de quedarme solo en cualquier condición. Pero debo estar a solas para ser buda.
Que a las 4:10 he oído claramente los gritos de Ettore, haciéndome cómplice de su dolor. Que la voz de Giorgio señalaba la verdad.
Que a las 4:20 en la Piazza Bologna, yo y la esencia, el recuerdo, la impresión de Giorgio, éramos una chinga. Porque no eran como nosotros que dentro de poco la familia Bonaventura encontrará en una cama de la casa que está en la calle Andrea Fulvio el calorcito que buscaba.
Que no quiero heridos.







Que te cuento, querido padre…


Que te cuento, querido padre, de mi viaje a la India. Que estoy seguro, cierto que me escucharás.
Que ya son muchos meses de anfetaminas. Que por algún tiempo las anfetaminas eran inconseguibles en las farmacias. Que el mercado negro las vendía a precios odiosos. Que mi viaje por Nápoles –boleto de ida y vuelta– que Nápoles era un lugar casi virgen para las anfetaminas. Que el boleto de regreso a roma fue a dar al excusado. Que un mes en Nápoles, ciudad que quiere vivir al paso de los tiempos, aun conservando un subrepticio tradicionalismo –que en Nápoles, Piazza Municipio, estaban Gionata Usi, Lorens y muchos más. Que todos los días dos o tres frascos de Ritalín-Metredina-Desoxyn-Psichergina-Tempodex. Que luego la ocasión de un robo de diez mil liras y la paranoia obsesiva me llevaron a Foggia –que fuga en Manfredonia– que el único greñudo de Manfredonia me regala su documento de identidad –que prosigo de aventón hacia Brindisi –que tu espíritu, tus palabras, tus moléculas me han ayudado. Que encuentro cinco mil liras, suficientes para embarcarme con rumbo a Gominizza
–que luego nada, padre, nada de jeringas ni de intravenosas. Que he viajado solo, la mayor parte a pie, por las faldas de los montes que forman la frontera de Salónica. Que en Salónica encontré a un francés, maduro para una venganza justa e injusta. Que estaba maduro, querido papá, para la diosa y no diosa muerte. Que el regresó a Francia, que yo directamente a Estambul.
Querido padre, que Estambul nos recuerda –me recuerda un año de cárcel. Que te amo, querido padre, y que casi siempre te he amado. Que no deseaba tu ansia, tu dolor. Que llego a Estambul con el falso documento de identidad, sin una lira turca. Que robo dos pasaportes, un extraordinario reloj y algunas monedas. Que en Estambul me inyectaba inmemorables dosis de tintura de opio. Que me hallaba sereno, que sólo te recordaba en momentos de inspiración. Que después del robo una obsesiva paranoia. Que un taxi hasta Estambul oriental. Que la paranoia me corroía. Que finalmente Izmit. Que encuentro a un francés en el primer viaje. Que trabajo en Modino gracias a mis conocimientos de turco. Que una tarde dentro de un hotel de cuarta clase. Que aquí George Souterbanc deja su pantalón bajo la cama, con los pasaportes y doscientos cincuenta dólares. Que gran lucha introspectiva, querido padre. Que al fin huyo con los pantalones del francés. Que taxi. Que 50 gramos de opio líquido. Que en un pueblo cuyo nombre no recuerdo tomo un autobús directo a Ankara. Que paranoia obsesiva, que en Ankara un avión a Erzerum. Que horas contadas con el cuentagotas. Que al fin directo hacia Irán. Que tres días de viaje bebiendo el vomitivo líquido de opio líquido. Que el primer retén es la aduana, y el opio a salvo. Que luego en Tabriz, con pocas horas de espera. Que compré dátiles y manzanas. Que finalmente Teherán. Que Amircabir Hotel, el hotel para turistas adinerados. Que opio a montones. Que cinco veces heroína, y fumada, según la usanza local. Que pericazo –que piquetazo. Que esperaba más de la reina de las drogas. Que veinte comprimidos de morfina de 32 mg. Que cylon. Que contar. Que un nuevo robo (reloj ytansistorizado), que menos paranoia que la primera vez. Que tren para Mescad. Que los últimos quintos para Herat (Afganistán). Que en Herat ayudas a causa de la recíproca simpatía de un muchacho alemán. Que viajo hasta Kandar y encuentro a un viejo compañero francés, Fransuas. Que juntos vivimos la vida con el último dinero restante de un pequeño robo de ampolletas de morfina. Que el ser viajaba. Que el ser estaba reducido a andrajos de colores.  Que las campanas tocaban. Que tocaban lentamente los 12 tañidos. Que con gusto me bebería un vaso de leche fría.









La Comuna de la calle Andrea Fulvio


Que la Comuna de la calle Andrea Fulvio ha contribuido a formar mi ejército defensivo. Ejército que debe defenderse del propio Estado.
Que la comuna, común al hecho de ser echado de la India y como tantos otros me han gritado que el enemigo que yo identificaba, y acaso identifico aún en los otros seres vivientes, no eran más que mi propio ser. Que quizá llegados a este punto también podría decir que mi fuga, que mi insistencia en mi rol, mi viaje se vielve nefasto en el mismo nivel de cuanto puede ser propiciado por buenos arúspices.
Que me he apartado de la Comuna de la calle A. Fulvio con la boca amarga.
Tal vez debí darle tiempo al tiempo para endulzármela. Llegados a este punto ya no entiendo nada, ya no sé nada. Sé que estoy en un tren que va a Brindisi –que el resto pertenece al después, a los mañanas luminosos y a los mañanas negros.
Que escribo, que he escrito.







Que hoy estoy contento…


Que hoy estoy contento de ser lo que soy, de poner los pies sobre el mármol de Trinità dei Monti, de fumar un goluas sin filtro. Que soy el azul en una paleta de acuarelas. Que el gong diamantino trisobresalta intermitentemente un sonido rítmicamente rimado. Que tam tam palpitante. Que la onda caliente viaja cálidamente. Que la onda caliente penetra en toda materia. Que busco el silencio. Que busco el silencio colmado de perfumes dulces. Que el silencio neuropático, neuro paranoico. Que soy feliz. Que estoy feliz del vacío, del vacío del vacío. Del vacío que no encierra nada, ni siquiera la felicidad. Que aún el ilusorio, delicado, benéfico, amigo, amante sincero, dios humanamente dios, dogma creído desde lo más profundo del corazón. Que resbala en la sangre como un ladrón bueno. Que la vela llora las últimas lágrimas de su cuerpo. Que yo aúllo mi alegría de ser. Que aúllo de gozo al poder aullar mi dudosa serenidad. Que siento el flashazo del amor, de la paz, de la serenidad, de la confianza, del vivir sin pensar. Que dios yo. Que dios grande yo. Que grandísimo dios yo. Que dogma creído yo. Que vibran las ondas. Que las ondas vibracionales rebotan. Que los signos trazados en esta hoja dejan las ondas vibracionales. Que estos signos son parte de mi dimensión situación. Que el bajón, que el bajón es parte de mi dimensión situación. Que todo es parte de mi situación situacional.
Que a la mitad de mi pecho siento fuerzas que empujan a los huesos del tórax. Que siento la sangre bombeada obsesivamente. Que me siento extrañamente. Que siento fuerzas guerrear. Que siento una gran fuerza. Fuerza ansiosa por descargarse. Fuerza que hace la guerra. Fuerza que querría crear. Fuerza que ya creó.









Querida, dulce, buena…


Querida, dulce, buena, humana, social, mamá morfina. Que tú, solamente tú, dulcísima mamá morfina, me has querido bien, como yo quería. Me has amado totalmente. Yo soy el fruto de tu sangre. Que solo tú has logrado que me sienta seguro. Que tú has logrado darme el cuantitativo de felicidad indispensable para sobrevivir. Que me has dado una casa, un hotel, un puente, un tren, un portón, y los he aceptado; que me has dado todo el universo amigo. Que me has dado un rol social, que pide y da. Que a mis 15 años acepté vivir como ser humano, “hombre”, sólo porque estabas tú, que te ofreciste a crearme por segunda vez. Que me enseñaste a dar los primeros pasos. Que aprendí a decir las primeras palabras. Que sentí los primeros sufrimientos de la vida.
Que experimenté los primeros placeres de la nueva vida. Que he aprendido a vivir como siempre soñé vivir. Que he aprendido a vivir bajo los innumerables cuidados y atenciones de mamá morfina. Que jamás podré renegar de mi pasado con mamá morfina. Que tanto me ha dado. Que me ha salvado del suicidio o de la locura que casi habían destruido mi salvavidas.
Que hoy 22-XII-1970, que aún puedo gritarle a los demás y a mí mismo, a todo lo que es fuerza noble, que nada ni nadie me ha dado tanto como mi benefactora, protectora, mamá morfina. Que tu eres infinito amor, infinita bondad. Que yo sólo te dejaré cuando esté maduro para la muerte amiga o cuando esté tan seguro de mis fuerzas para lograr estar en pie sin las potentes vitaminas de mamá morfina.









Que Roma


Que Roma. Que el paisaje desde el tren a Milán. Que la frontera suiza. Que ocho días en Milán. Que de nuevo en Roma. Que cansada, desesperadamente otra vez en Roma. Que el loco estado de ansia debido a una cruda de Ritalín. Que de nuevo sin biombos que cubran mi ser. Que me encuentro de nuevo frente al ambiente –a mi ser. Que el ambiente es el ser que soy. Que estoy epilépticamente cansado. Que estoy epilépticamente cansado de un día de serenidad y tres de locura consciente, de ansia bastarda.
Que me hace dudar de la veracidad de mi historia pasada, del credo actual. Que la alegría y el interés de vivir ya pasaron. Que el tedio, la monotonía, el cansancio de vivir gobiernan mi forma de ser y mi vivir. Que la bola rebota en tiempo vibracional. Que las ondas corren, van y vienen, salpican, brotan, se lanzan, aceleradísimas, rebotan, vibran, oscilan con la velocidad del estímulo del instinto. Que espero en la sala cinematográfica de mi cráneo aparezca una imagen, una escena que unte sobre mi ser un estrato de serenidad, de paz, móvil viajante, no paz vegetativa. No estado dimensional apático al cual endilgarle autosugestivamente  la etiqueta de paz.
Que locura. Que es palabra vibracional. Que intensidad vibracional. Que variedad de sonido, de color. Que palabra de miríadas de interpretaciones. Que palabra misteriosa, secreta, inaccesible para las verdades lógicas y razonadas. Inaccesible a todas las verdades. Inaccesible al loco. Inexistente para el loco, inexistente es también el loco. Que dimensión limbo. Que dimensión inexistente. Que por lo tanto mi hablar inexistente, que quizá hablo de eso porque mi ser no siente el calor placentero del flashazo debido a la entrada de la nueva verdad en mi ser. Que tengo 19 años terrestres. Que siento que creo hechos con los sacudimientos sensoriales revolucionarios, desbarajustadores. Que me siento capaz de poder crear un rostro, dos ojos ardientes de dicha. De felicidad, de amor por ser lo que eres. Que tengo 19 años terrestres y tengo tantas ganas de arrojar mi amor, mi profundo amor, mi desapasionado amor, mi profundo amor hacia todo lo que me rodea, que forma parte de mí mismo, que es yo mismo, que procedo conmigo sobre esta bola de tierra que holgazanamente mueve la cola por un arrabal del espacio.








Oh querida. Oh señora muerte


Oh querida.
Oh señora muerte.
Oh serenísima muerte.
Oh invocada muerte.
Oh pavorosa muerte.
Oh indescifrable muerte.
Oh extraña muerte.
Oh viva la muerte.
Oh muerte que es muerte.
Muerte que marca el alto a esta saeta vibrante.







Que tú en todos los caminos…


Que tú en todos los caminos y callejones del mundo, que yo en un manicomio o en una cárcel de cualquier ciudad del mundo.
Que dos veces se ha interpuesto esta triste realidad y otras tantas he corrido en tu mágica y misteriosa casa, el oriente, y las dos veces he vuelto a abrazarte con todo el amor que tú me enseñaste a tener.
Que ahora he salido de un manicomio, por tercera vez y por una tercera y forzada separación de ti, MAMÁ MORFINA. Que estoy seguro, que estoy casi seguro de que pronto podré abrazarte de nuevo.
Que a las dos y media del 23 de diciembre de 1970, gente que habla de mi conversación, conversación sólo mía, que sólo yo y mamá morfina conocemos, que sólo yo y ella hemos llevado adelante en la conversación de verdades nuevas, mías y para mí, como la de amar a Giorgio. Como la de dos que buscan en el cuarto de allá alguien que se personifique en él.



*Traducción de Guillermo Fernández