19/10/12

Nombre y lágrimas/ Elio Vittorini


Yo escribía en la grava del parque y ya estaba oscuro; hacía un rato que había luces encendidas en todas las ventanas.
Pasó el guardián.
"¿Qué escribe?", me preguntó.
"Una palabra", respondí.
Se inclinó a mirar, pero no vio nada.
"¿Qué palabra es?", preguntó de nuevo.
"Bueno", dije yo, "es un nombre."
El agitó sus llaves.
"¿Nada vivo? ¿Nada debajo?"
"¡Oh, no!", exclamé.
Y reí también.
"Es el nombre de una persona", dije.
"¿De una persona que espera?", preguntó.
"Sí", respondí. "La espero."
El guardián se alejó entonces, y seguí escribiendo. Escribí y hallé la tierra bajo la grava; escarbé y escribí, y la noche fue más negra.

Regresó el guardián.
"¿Sigue escribiendo?", dijo.
"Sí", dije yo. "He escrito otro poco."
"¿Qué más ha escrito?", preguntó.
"Nada más", respondí. "Nada más que esa palabra."
"¡Cómo!", gritó el guardián. "¿Nada más que ese nombre?"
Agitó de nuevo sus llaves y encendió su linterna para mirar.
"Ya veo", dijo. "Sólo está ese nombre."
Alzó la linterna y me miró a la cara.
"Lo escribí más hondo", expliqué yo.
"Ah, ¿sí?" dijo él. "Si quiere continuar le doy un azadón."
"Démelo", respondí.
El guardián me dio el azadón, se alejó de nuevo, escarbé y escribí el nombre en lo profundo de la tierra. Lo habría escrito, de veras, hasta en el carbón y el hierro, hasta en los más secretos metales, que son nombres antiguos. Pero el guardián regresó una vez más y me dijo: "Ahora tiene que irse. Vamos a cerrar."

Salí de las fosas del nombre.
"Está bien", dije.
Dejé el azadón, me sequé la frente y vi la ciudad en torno mío, más allá de los árboles oscuros.
El guardián se rió burlonamente.
"No vino, ¿eh?"
"No vino", dije.
Pero de inmediato pregunté: "¿Quién no ha venido?"
El guardián levantó su linterna y me miró a la cara, como antes.
"La persona que usted esperaba", dijo.
"Sí", dije yo, "no vino."
Y volví a preguntarle al punto: "Pero ¿qué persona?"
"¡Caray!", exclamó el guardián. "La persona con ese nombre."
Agitó su linterna, agitó sus llaves y agregó: "Si quiere esperar un poco todavía, dígamelo; no se ande con cumplidos."
"No es eso lo importante", dije yo. "Gracias."

Pero no me fui, me quedé, y el guardián se quedó conmigo, como haciéndome compañía.
"¡Hermosa noche!", dijo.
"¡Hermosa!", dije yo.

Luego dio él algunos pasos hacia los árboles, con la linterna en la mano.
"Pero ¿está usted seguro de que no está ahí?"
Yo sabía que no podía venir, pero me estremecí.
"¿Dónde?", dije en voz baja.
"Ahí", dijo el guardián. "Sentada en la banca."
Las hojas se movieron con estas palabras; una mujer se alzó de la oscuridad y empezó a caminar sobre la grava. Cerré los ojos al oír el ruido de sus pasos.
"Sí vino, ¿eh?", dijo el guardián.
Sin responderle, le seguí los pasos a aquella mujer.
"¡Se cierra!", gritó el guardián. "¡Se cierra!"
Y gritando "se cierra" se alejó entre los árboles.

Seguí los pasos de aquella mujer fuera del parque, y luego por las calles de la ciudad.
Seguí lo que había sido el rumor de sus pasos en la grava. Y aun podría decir que iba en pos del recuerdo de sus pasos. Y fue un largo camino, un largo seguimiento, ora entre la muchedumbre, ora por aceras solitarias hasta que, por primera vez, alcé los ojos y la vi, una transeúnte a la luz de la última tienda.
Vi sus cabellos, es verdad. Nada más. Tuve miedo de perderla, y empecé a correr.
La ciudad, en aquellos rumbos, alternaba prados y casas altas, oscuros Campos de Marte y ferias de luces, con el ojo colorado del gasógeno al fondo. Pregunté varias veces: "¿Pasó por aquí?"
Todos contestaban que no sabían.
Pero una niña burlona se acercó velozmente, sobre patines de ruedas, y se echó a reír.
"¡Ja, ja, ja! Apuesto a que buscas a mi hermana."
"¿Tu hermana?", exclamé. "¿Cómo se llama tu hermana?"
"No te lo diré", respondió la niña.
Y se echo a reír de nuevo. Sobre sus patines, giró en torno mío la danza de la muerte.
"¡Ja, ja, ja!", reía.
"Dime entonces dónde está", le pregunté.
"¡Ja, ja, ja!", no dejaba de reír. "Está en un portón."
Siguió girando en torno mío su danza de la muerte un minuto más, luego se fue patinando en la infinita calzada, sin dejar de reír.
"¡Está en un portón!", gritó a lo lejos, riendo.

Había abyectas parejas en los portones, pero llegué a uno que estaba desnudo y desierto. El batiente se abrió al empujarlo, subí las escaleras y empecé a oír un llanto.
"¿Es ella la que está llorando?", pregunté a la portera.
La vieja dormía sentada en medio de los peldaños, con sus trapos en las manos. Se despertó, me miraba.
"No lo sé", respondió. "¿Quiere el ascensor?"
No lo quise, quería ir hasta aquel llanto, y seguí subiendo las escaleras entre negras ventanas abiertas de par en par. Llegué hasta donde estaba el llanto: detrás de una puerta blanca. Entré, lo escuché junto a mí, encendí la luz.
Pero no vi a nadie en aquel cuarto, ni oí nada más. Sin embargo, sobre el sofá estaba el pañuelo de sus lágrimas.

A PARTIR DE LOS VEINTE años posteriores a la caída del fascismo, la figura de Elio Vittorini ocupa un lugar preponderante como escritor y organizador de la cultura italiana, por su afición a la verdad, por la pasión intelectual que rechazaba toda forma de conformismo y por los "abstractos furores" de su actitud política. En su obra narrativa no falta nunca la tensión moral, el mito trágico de la ciudad y la evocación de la Sicilia como regazo materno. Semejante al ritmo de los truenos, el de su prosa se desplaza lentamente, acompañada por una especie de cadencioso tamborileo de repeticiones tónicas, que le dan un carácter musical, de eco interminable. El cuento «Nombre y lágrimas» formó parte de su novela Conversación en Sicilia en su primera edición, pero no en las sucesivas, para dejarlo como texto independiente.

Elio Vittorini nació en Siracusa en 1908; murió en Milán en 1966. Desde muy joven, desarrolló una intensa actividad como traductor de la literatura inglesa y norteamericana. Obra narrativa: Piccola borghesia (1931); Nei Morlacchi y Viaggio in Sardegna (1936); La tragica vicenda di Carlo III (1939), en colaboración con Giansiro Ferrata, cuya segunda edición tituló Sangue a Parma (1967);Conversazione in Sicilia (1941); Americana (1942); Uomini e no (1945); Il Sempione strizza l'occhio al Frejus (1947); Il garofano rosso (1948); Le donne di Messina (1949); Erica e la Garibaldina (1956); Diario in pubblico (1957); Le due tensioni (1967) y Le città del mondo (1969).

Traducción y nota  de Guillermo Fernández.

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