2/10/12

VOLVERÁN LAS OSCURAS JESSYE (S) NORMAN (S) /Sergio Ernesto Ríos





        La poesía es la palafrenera de la Música. Era una de las frases favoritas de Guillermo, la decía embebido, poseído, flotante entre la orquesta invisible de su charla que seguía los trazos llanos del humo de cigarro y la orquesta real de sus afectos apoderándose de la casa, la madriguera de Guillermo, por ejemplo Jessye Norman, por ejemplo el místico estonio Arvo Pärt.  La Música, origen del éxtasis.
Puedo afirmar que la poesía que más amó Guillermo en el siglo XX fue la de Luis Cernuda y en el XXI la de Antonio Gamoneda, el Señor de los Tormentas. Cernuda es luminoso –mitad alba, mitad ocaso– el instrumento de una música formalmente impecable y en sustancia honda, volátil, abismal, ética, lección de vida (en que la vida se llama, por supuesto, amor), realidad y deseo in-di-so-lu-ble.  Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío. Mientras que  en Gamoneda hay iluminaciones ásperas, heridas de muerte, se respira la montaña imponente, tétrica en su reflejo, en su atisbo (el ser), arduo y vedado, es la terrible música del perecimiento. Entre el estiércol y el relámpago escucho el grito del pastor. Aún hay luz sobre las alas del gavilán y yo desciendo a las hogueras húmedas. He oído la campana de la nieve, he visto el hongo de la pureza, he creado el olvido.
En Arca (2010), reunión de 23 textos poéticos, inestables, de tema amoroso, que cunden y se esconden, Guillermo Fernández puso a prueba toda su poética, del lirismo tan natural, del magisterio rítmico de libros como La palabra a solas (1965) o La hora y el sitio (1973), de una poesía formalmente plena, firme y clásica, inscrita en nuestra mejor tradición,  da paso a un último libro que contrasta, es un golpe de timón, necesariamente ¿fallido? A contraluz Arca tiene las virtudes de un antihéroe. Aunque este librito casi silente, parco, raro, el que más desdeñaba en vida Guillermo, nombra el  conjunto de su obra, en la compilación que hizo hace dos años para la colección Clásicos Jaliscienses. Quiero decir que algo hay ahí, ese puerto existe.
Arca no es un libro fácil, es un libro de amor imaginado e inconcluso, fatal,  por siempre abierto, sin respuesta, ese es el sentido del epígrafe de Antonio Gamoneda: Yo no tengo esperanza sino una pasión/cuyo nombre tú no vas a decirme. Es un largo autorretrato del enamoramiento, confesional, punzante, irónico. También un autorretrato contradictorio, lo habita un yo lírico en combate contra el amor mismo, da todos los argumentos para no enamorarse, para no rendirse, el yo lírico deviene yo racional, resiste, se multiplica, se llena de rostros, de anécdotas, de atmósferas, de glosas librescas, de humor (a veces muy negro), de clichés donde el amador intenta huir, se fragmenta.
Arca es una alegoría, pero una alegoría exacta, identificable, quizá más parecida a un enigma renacentista, donde se transfigura lo que se ama, se eleva a símbolo, se con-densa. El símbolo es obviamente el arca (el resguardo de las cosas más preciadas para sobrevivir)  y el diluvio bíblico, una lluvia permanente, primero en el goteo estítico de los poemas que se convertirán en mudoestruendo, luego en la atmósfera, atroz y cinematográfica, cuando el mundo se vuelve acuario y un remolino arrastra, tritura al amador: Sigue lloviendo /afuera y dentro del acuario /Sin saber qué más decir limpiamos nuestros lentes/ náufragos de nosotros mismos /nos arrastra un mismo remolino.
Arca es un híbrido de prosa, verso y aforismo, a primera vista Gamoneda está la sombra de este dulce nuevo estilo, pero están, por igual Ungaretti y Bartolo Cattafi y Sandro Penna, Leonardo, Miguel Ángel,  la famiglia italiana de Guillermo. Este género híbrido es el principal eje del auto-escarnio, ya había mencionado que el paso de un yo lírico a un yo racional, ponía en marcha en el ver-se-de-fuera de ese yo todo el conflicto amoroso de Arca. Y vuelvo al sendero (hamletiano) de Cernuda, ¿la realidad y el deseo? En Arca hay Deseo versus Realidad.
La ironía, el auto-escarnio, también va por lo libresco, lo erudito de cierta filosofía, ciertos autores, Lucrecio, Leonardo, los presocráticos que contrastan con la vida y los lugares comunes de la publicidad, así se promedia el tono: Los oriundos químicamente sanos y puros /como tú /que no beben /ni fuman /ni hablan /ni ríen /ni se entristecen/ o todo con medida porque quién sabe qué van a pensar de uno/ Desde las cumbres de sus respectivas importancias. O casi al final: De pronto alza el vuelo/no sé si gavilán o paloma /pero sin rama de olivo/ sin siquiera un cardo/deshecho por el diluvio/ y la voracidad de las liendres.  Un enjuague a la grandilocuencia, a la afectación académica a través del auto-escarnio, nada más penoso para el amador que descubrirse quejoso y ridículo, nada más anticlimático que en el discurso amoroso caiga como guillotina un “Todo con medida” o se caricaturice al sujeto lírico como pobre tonto, ingenuo y charlatán que fue paloma por etcétera.
En la introducción a Cinismos, Michel Onfray, habla de su pasión por Lucrecio, me parece importante compartir el juicio del filósofo francés, que sin duda podría haber suscrito el propio Guillermo: En él descubrí un pensamiento materialista ateo, una ética pragmática, una manera eficaz de poner en evidencia la falsedad y un claro desdén por la condena eterna y el pecado, la falta y la mortificación, el infierno y la culpabilidad. Lucrecio enseña una moral de la pacificación consigo mismo y el reencuentro con la propia sustancia atómica.
 Lo entrañable en Arca es el sustrato real, o la implantación verosímil del amor en la reelaboración poética, cuando lo anecdótico nombra al cuerpo, las dolencias del cuerpo, y habita los objetos de todos los días: una sala, lámpara, ventana, el monitor. Lo mismo que el espacio o escenario se vuelve un elemento de asfixia, de impotencia.  Dos ejemplos: Esos tres metros que siempre nos apartan son tres años luz/ y otros tantos de tácitos teoremas y entelequias con verrugas. /¿Acaso se ensimisma en alguna aporía del eleata /o se hunde en la negación del movimiento/ o encarna la piedra filosofal /junto a la lámpara que alumbra /al inmóvil matorral de su silencio?  Y: Entre tú y yo has puesto veneno para ratas/abismos a un palmo de las manos / En los ojos se hielan las miradas y el cloro de las lágrimas/ Por lerdo que puedas ser no ignoras que la sangre se resiste a tascar/ el freno /cada vez que nos miramos /No quiero que veas en mis ojos la centella del hambre ni sepas nada /del día que los caballos aprendieron a llorar.
Arca en su gesto, hondura y apasionamiento cobra en mi gusto un sitio dilecto, en esa forma  –tristemente epitafio– casi glosa brevísima, metáfora incesante de alguien arrojado a amar, a vivir en el tamiz de la mejor libertad cernudiana, el retrato de Guillermo se agiganta, valiente, insobornable.

*Aquí una versión digital: Arca 

1 comentario:

Porfirio Hernández dijo...

Gracias, Sergio, tu reseña es espléndida.