5/1/12

Un reporte desde el terreno: Mi nombre de guerra es Albión





Un reporte desde el terreno: Mi nombre de guerra es Albión
Aurelio Meza


Sergio Ernesto Ríos, Mi nombre de guerra es Albión, col. La Ceibita, México, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010.

“De la sensación de haber salido de un tornado y no saber exactamente qué sucedió”. Así me hubiera gustado titular esta reseña sobre Mi nombre de guerra es Albión, de Sergio Ernesto Ríos (Toluca, 1981), poemario de la colección La Ceibita que apareció publicado junto con el número 166 de la revista Tierra Adentro. Ahí se incluye la serie del mismo nombre, que también ha aparecido en la revista virtual Big Sur, y The Colony Room, que abre la plaquette. Debo aclarar, pues, que no escribiré una reseña sino, como dicta el título finalmente escogido, un reporte desde el terreno: como los que por casualidad graban en video una catástrofe, y que también por casualidad quedan vivos para contarlo. Se trató de una lectura y relectura vertiginosas; poemas que requieren paciencia dialógica de algún tipo, si bien por momentos se desbocan en un intenso chorro de imágenes agolpándose unas a otras como el tren de pensamientos de John Locke:

…el ojo tokio de siete a nueve el ojo tokio como una quilla que confunde una cosa y otra tan sólo mirando murciélagos que se incineran en las nubes la música demasiado gastada de afilador no sé qué haré con el tokio que llora en alguna parte es un vuelo cardinal es una estrella de junco de utilería que se expulsa ella dirá princesa buenos días Fredo rompiste mi corazón feliz año sólo leo libros para sanar el alma libros que me adentran en mis vidas pasadas badajos que me gustaría ver en un arreglo floral somos un clan tóxico faunos elásticos alrededor de tu vestido la propaganda que silba un fumigador aficionado al megalítico
Etcétera.

Ángel Ortuño ha desentrañado gran parte de las referencias a The Colony Room, y menciona que la figura del pintor inglés Francis Bacon es (usando palabras de Quintero Álvarez sobre Garcilaso y sus pastores) “un elemento ligero de ficción para el carácter del poema y actúan en referencia del autor o de personas que trajo a la poesía con su vida misma”. No sé si esto es como contar el final de una película. Yo creo que sí. Quizás, en vez de citar in extenso la buena reseña de Ortuño, pueda dedicarme a explorar algunas partes que atrajeron mi atención en particular.


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También pude haber titulado a esta reseña “De cuando una fuerte corriente de agua te toma por sorpresa y das muchas vueltas antes de saber si estás boca arriba o boca abajo”. La disposición de esas corrientes de pensamiento, que más que ríos o lagos evocan rápidos, contribuye a la saturación de información que obliga al lector a volver a leer no sólo el mismo poema, sino toda la serie varias veces para apreciar todos los dobleces de la obra en su conjunto. En lo personal, lo que más disfruté fueron las interconexiones, los hipervínculos con otras obras, como King Lear y The Tempest (esta última con un verso que también T.S. Eliot citó en The Waste Land: Those are pearls that were his eyes). Pero es tramposo revelar todas los trucos del mago, como quien resuelve un videojuego de rol con una de esas guías que se encuentran en internet (los llamados walkthroughs). Pasmado por mi primera lectura de la plaquette, le preguntaba a Ríos sobre la manera en que operan las citas alusiones o reescrituras de versos y palabras de otros autores, él me contestó que le gustaba más la serie Mi nombre de guerra es Albión, ya que

pone en tela de juicio temas como la originalidad (el grado cero de la originalidad), el yo, la exaltación del yo lírico, siempre he pensado que la poesía es actitud, violencia, coraje, alarde, imaginación.
Y aunque esos son los temas centrales de los poemas, todo se realiza a través de un recuento biográfico, retomé muchas anécdotas de mi vida, incluso las imágenes que pueden parecer más descabelladas me sucedieron, las transformé y las llevé algo, un cuadro abstracto, soy como un pintor abstracto
.

Y, de hecho, The colony Room es una obra concebida en gran medida como una obra pictórica, cuyo tejido es el texto mismo (texere, la etimología originaria de ambos términos), razón por la cual no deja de ser menos gráfico, aunque ciertamente apreciamos un dinamismo, como los retratos cambiantes de estos retratos baconianos:


el bebedizo equivocado pasa por el pómulo izquierdo de Isabel Rawsthorne en forma de veneno
el veneno regular pasa por el pómulo derecho de Isabel Rawsthorne en forma de escolopendra
Isabel Rawsthorne pasa del cepo a la hebefrenia en un acto



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Cuando me encuentro con obras como la de Sergio Ernesto Ríos pienso en cuán inútil puede llegar a ser la razón como instrumento de revelación (que la Ilustración enarboló tiránicamente). Quizás por eso me fue tan sugerente uno de los primeros versos de The Colony Room: “no hablo con la cabeza no creo en la cabeza”. Ese poema es como un arsenal justo en el momento previo a la llegada de un ejército enemigo; se muestran las armas, éstas tiemblan con la cercanía de los soldados, es el preámbulo a lo que va a suceder. Ortuño también encuentra en estos primeros versos un mapa o plan de acción para los siguientes poemas, aunque hay que hacer notar que el propio Ríos no siente “ningún aire común” entre la primera y la segunda serie. Son tan distintos como “implosión y explosión”.

El segundo poema es como si nos sumergiéramos en la cabeza de Bacon/Ríos. Mientras tiene una conversación formal se mezclan versos de Shakespeare con imágenes de España, a un ritmo atrabancado que no le da pie al lector para un segundo aire:

I’m not a Spaniard podría lacrarse la efigie de Fernando VII esta vez Década Ominosa hasta 1833 aunque este día mi ajedrez muy inferior las monarquías merecen minúscula y una seria circuncisión unmerciful lady as you are la perla barroca those are pearls that were his eyes preces a una piedra descompuesta el desenfado de las zagalas no precisamente en el otero

Esta avalancha de referencias, de imaginería entrecruzada que va de un a país a otro, de una lengua a otra, es el “grado cero de la originalidad” del que hablaba Ríos. Mi momento favorito es cuando remixea sus versos con una carta escrita en inglés por un Pessoa increíblemente ebrio, en un ejercicio similar, aunque en menor escala, al que hacía William Burroughs al mezclar las hojas de dos cuadernos distintos.


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Por último, me gustaría haber nombrado esta reseña “De los encargos que se terminan hasta mucho tiempo después”. Llevo casi un año escribiendo las pocas páginas que esta reseña ocupa. No por desidia, ni por tener qué decir (de hecho la mayor parte ya estaba escrita desde hace casi seis meses), sino porque esta obra de Ríos me parece difícil de asimilar, hermética, sin concesiones al lector, y sin embargo uno encuentra satisfacción al reconocer no sólo la voz del autor, sino una canción de Sonic Youth, referencias la película de El Padrino, versos de Shakespeare o Ted Hughes. Me rehusaba a reseñar algo que no entendía, pero la corriente me llevó muy lejos y me dejó naufragado. Ahora que inicia el año deseo cumplir el encargo finalmente, y que el reporte no se quede sumergido o a la deriva.

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