21/10/08

ANTOJO, CARIÑO Y ESCÁNDALO

ANTOJO, CARIÑO Y ESCÁNDALO

Presentación de Nosotros que nos queremos tanto (Ciudad de México: El Billar de Lucrecia, 2008)

Por Héctor Hernández Montecinos

Las antologías son un género literario extraño, son todas absolutamente distintas, pero todas absolutamente iguales. Hay algo en ellas que asusta un poco, y es el hecho de que el correr de nombres, ya sean muchos o pocos, terminan siendo una agenda telefónica para saber a quien llamar y a quien no. Además, este género siniestro y maquiavélico en sí no disfruta hasta que el escándalo y la tirria se apoderan del medio donde aparece, pues por así decirlo, toda antología se alimenta del odio de los que no fueron incluidos y del dedo de quien la hace. Antología sin batahola, no es antología, sino que una muestra, una selección o un panorama como les gusta decirle a esos que le tienen miedo al movimiento y la fricción.

A veces he llegado a pensar que existen más antologías que poetas, lo cual podría llegar a ser cierto, en un país como México o en un país como Chile, no porque haya pocos poetas, todo lo contrario, sino que por el hecho de que la antologiografía de ambos países nos muestra un gran camino de inquinas, codazos, animosidades, venganzas y mucha sangre, incluso más que tinta. Algo como un derrotero mexicano nos señala Marcelo Pellegrini en el prólogo del libro, sin embargo acá la cosa no es muy distinta, pues desde la famosa Selva Lírica donde brilla un Pedro Antonio González, pasando por la Antología de poesía chilena nueva preparada por Volodia y Anguita, de 1935, que excluyó a la Mistral y ponderó a Huidobro como desmedro a Neruda o por la del mismo Erwin Díaz reeditada más de una decena de veces hasta Cantares, hecha por Raúl Zurita, ante la cual los odios no sólo fueron por la antología, sino que también por la última parte de sus autores, es decir nosotros, pero sobre todo contra el antologador.

En este momento trabajo en una antología de poesía chilena actual que pienso publicar en México, y un adelanto editado por Yiyi Yambo de Paraguay anda dando vueltas por ahí. Sé más menos que es ser antologador, sé también lo que es ser incluido y sé también lo que es no serlo. Todas son posiciones ingratas, pues el antologador se gana de amigos a la decena de autores que pone y el odio de los otros cien que no puso, luego, los incluidos tienden a minorizar el asunto pero les encanta estar ahí, cosa que los excluidos agregan a sus diatribas en contra de las mafias, los pagos de deudas, las compadrazgos y todos esos términos que no sé porqué resultan tan de película italiana, pero que escritos en la prensa o los medios resultan suculentos y más que entretenidos.

Nosotros que nos queremos tanto es otra cosa, o es lo mismo, pero de otro modo. Por un lado, como explica Pellegrini, “los poetas que conforman el consejo editorial de El Billar de Lucrecia fueron invitados por Rocío Cerón, su directora, a participar en la antología; a su vez ellos tenían la misión de invitar a otro u otra poeta a formar parte de la muestra.” Esto si no es amiguismo, en el mejor sentido de la palabra, no sé que podrá ser. Conozco una experiencia similar en Perú con la no antología de poetas contemporáneos 2+ No antología de poesía no contemporánea de los amigos, coordinada por Rafael García-Godos y secuaces de Esto no es una puta editorial, que hace referencia al pedido de cervezas a don Lucho en un bar limeño que ha sido re bautizado como Don Lucho. Con estos dos ejemplos, se desacraliza el concepto tan aurático y pléyadico de “antología”, que en su etimología sería una selección de las mejores o más selectas palabras de un autor, de una generación, de un país, de un tema o de cualquier cosa. Tanto 2+ como Nosotros que nos queremos tanto, nos producen una saludable sonrisa y un alivio a la gravedad que a veces consume a nuestro mundillo literario, tanto chileno como mexicano o como todos los otros.

Esta antología es puro deseo, casual, nómade, móvil y caprichoso como la misma amistad, que viene y va entre los amigos, como el odio y las ganas de matarse. Eso lo sabemos muchos, poetas y no. Es por eso que este libro se parece a un video de graduación, pues en ellas están nuestras mejores sonrisas, nuestros afectos y la forma como queremos que nos vean el día de mañana. La amistad y su proyección en un libro sólo es destacable, además de la misma poesía de estos autores: el visionario Ernesto Lumbreras que en sus poemas trastoca el sueño personal con lo colectivo e inconsciente de las fábulas y mitos creando una zona muda, pero de un preciosista lenguaje neutro, que propone una nueva sobrenaturaleza donde el agua y la piedra son lo mismo pero en diferente tiempo, destaca además la presentación lucidísima que hace Reynaldo Jiménez; la gozosa Carla Faesler invita a una bacanal para celebrar la muerte del cuerpo de un dios que no deja de devenir carne y carroña como si fuera uno más de los invitados; el zen pop León Plascencia Ñol nos narra un deliroso viaje mental lleno de accidentes geográficos llamados ciudades donde los libros y las ruinas son una misma fantasía; la electrizada Minerva Reynosa ha hecho un contacto del primer tipo y sus poemas son bitácoras de un milenio perdido en la eternidad del día a día; el centinela Rodrigo Castillo propone un nuevo lazo de parentesco entre el mito de una guerra y lo legendario que puede resultar una noche; el demoledor Julián Herbert parodia la dulce agonía de lo clásico, de algún modo proponiendo la imagen derrotada de un maestro que ha olvidado su nombre; el coleccionista Víctor Cabrera profundiza en una metapoesía que desdeña la metafísica pero no desde la página en blanco que es el todo sino que desde su rotación a modo de traslación; la desenfadada Amaranta Caballero construye una cotidianeidad abrumadoramente ominosa donde lo inerte es un alma expulsada del infierno, tal como lo hacen saber los poderes de turno en el límite que separa a la víctima del victimario; el lúdico Luis Felipe Fabre hace de la historia una película y de las efemérides de un calendario sin tiempo una digresión para que las palabras cobren vida y no resurrección; la sacrílega Mónica Nepote toma los elementos eucarísticos para celebrar la epifanía inmoral del poema y el dogma de la ficción que es la fatalidad de la primera noche estrellada; el esquizo Sergio Ernesto Ríos le devuelve a la paranoia su estatuto de visión y en sus poemas abre un ojo para ver desde más allá del papel, del autor y de lo fantasmal que es el libro; la inconfundible Rocío Cerón penetra el espacio que hay entre cada letra para desde ahí cantar lo aéreo y terrenal que parece el mundo desde la mano y el ojo; el quirofánico Ángel Ortuño se atreve a diseccionar la lengua hasta sus células semánticas más políticas preguntando por la territorialidad de la fobia; por último el mundano José Eugenio Sánchez recorre los hitos de la publicidad y el mercado que es nuestra historia contemporánea más allá del metarelato, sino que justamente desde la intimidad de la cual huye en cada confesión. Todos estos y estas poetas seguro no sólo aparecerán en esta antología, sino que en muchas más de las que queden en el camino, no sólo en México sino que en el resto de Latinoamérica, pero por ahora Nosotros que nos queremos tanto, junto a Divino Tesoro hecha por Luis Felipe Fabre, son las primeras sobre poetas mexicanos que llegan hasta nuestras manos y son esas mismas manos las que les tendemos a estos poetas, pues en ese gesto fraterno y amistoso la poesía vuelve a ser un país sin países y un llamado de atención y desacato.


Santiago de Chile, Octubre de 2008

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