26/7/13

atrium



lucha de sonámbulos animales bajo la lluvia. insectos calientes excavan geometrías de baba por las paredes del cuarto. en agonía, se hinchan, explotan contra la límpida lámina de la noche. son los residuos ensangrentados del ritual.
en la cal viva de la memoria duerme el cuerpo. viene a lamerle los párpados un perro herido. despiértalo para el inútil deambular de la escritura.
abandonado voy por el camino de sinuosas ciudades. solitario, busco el hilo de neón que me indica la salida.
aquí está la deriva por el insomnio de quien se mantiene vivo en un túnel de la noche. los cuerpos de Alberto y Al Berto sometidos a la coincidencia suicida de las ciudades.
aquí está la travesía de este corazón de múltiples nombres: viento, fuego, arena, metamorfosis, agua, furia, lucidez, cenizas.
arden ciudades, arden palabras.  inocentes llamas que nombran amigos, lugares, objetos, arqueologías. arde la pasión en la desmemoria de volver a dialogar con el mundo. arde la lengua de aquel que perdió el miedo.
germinan fluidos mágicos adentro de la materia contaminada del cuerpo, los órganos profundos gimen asustados por el exceso. nunca más volvemos a encontrar un paraíso. la pausa para respirar no existe, el tiempo de los grandes desiertos absorbió la savia de los adolescentes días.
el insomnio, esa herida color de herrumbre, festeja noctívagas alucinaciones sobre la piel. en la ácida pantalla de los párpados se encienden cuartos alquilados donde pernoctamos. son blancos finalmente esos pedazos de memoria donde dábamos abrigo y sosiego a los cuerpos.
para sobrevivir a la noche decidimos perder la memoria. nos cubríamos con musgo seco y amanecíamos en un capullo de frío, perdidos en el tiempo. pero, antes que la memoria fuera apenas una ligera sensación de dolor, registramos inquietantes voces, caminamos invisibles en la repetición enigmática de las máscaras, de los rostros, de los gestos deshaciéndose en ceniza.  escuchamos lo que hay de inaudible en nuestros cuerpos.
era casi mañana en el fin de este cansancio. despertaba en nosotros el vago y trémulo deseo de escribir.
pasaron doce años y olvidarte sería olvidarme. repara en el estremecimiento de la sangre, la muerte mezclando peste en los huesos, los dedos paralizados, el habla, los espejos.
en el oscuro callejón del mundo segrego abejas de esperma, la luz del mar donde tejo cuerpos de agua, la escritura que viene de las tinieblas, recuerdo: un cuerpo volvió a moverse en el interior del mío.
hoy abrí nuevamente la ventana donde siempre me recargo y escribí: aquí está la inmovilidad acuática de mi país, el oceánico abismo con aroma a ciudades por soñar. me invaden las ganas de permanecer aquí, para siempre, en la ventana, o partir con las mareas y jamás volver…
releo lo que escribí hace doce años, en este mismo lugar: las plumas se secaron, los lápices quedaron perdidos no sé dónde. las gomas ya no borran la melancolía de las palabras. la escritura que inventamos se escapó del cuerpo. el vacío nos devora. ¿dónde estuvimos todo este tiempo? ¿volveremos a encontrar y a tocar nuestros cuerpos?
no estás aquí pero te veo nítido cuando un pétalo de bruma envuelve la casa y adormece el deseo. un astro ininteligible  y de órbita difícil me guía, te ilumina. por las rendijas de un espacio hueco escruto el eco de mi cuerpo, el silente miedo de continuar vivo.
me siento en la cumbre de mi propio basurero y sonrío. espero que lleguen otros días con algún sueño, o destino, más feliz.

Al berto


Traducción de Sergio Ernesto Ríos.

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