28/4/11

YO / Bob Flanagan




YO


Esto es lo que llaman autobiografía:
comienza con mi nacimiento en la América
del medio oeste, una tierra conocida por sus
muñecas de papel, tarjetas de beisbol y sus libros de historietas—
cosas que puedes doblar y poner dentro
de tu lonchera y llevar a la escuela contigo.
Mi escuela era una prisión, pero mi lonchera
estaba decorada con dibujos de mis momentos
favoritos de la historia –la mía propia
y aun así, al mismo tiempo, más grande que mi vida.
Mi lonchera de los Locos Addams lo decía bien:
entre más raro mejor. Creía en esto,
de ahí mi pasión por las partes del cuerpo tatuadas.
Las películas de horror y las revistas de detectives
me incitaban con promesas de cosas rudas
mientras los programas de concurso en la televisión
me enseñaron el valor del conocimiento y los grandes ganadores.
Estaba sorprendido con las tareas domésticas
como un recién casado, pero no tenía idea
de cómo hervir, batir, mezclar, asar en su jugo o licuar
los variados pero insípidos ingredientes
de mi mundana vida. Año tras año,
miraba mis logradas posesiones
apilarse y rodearme
como la caca de pájaro en la estatua que erigí
para inmortalizar mi propio sentido de lo humano
y recordarme que no soy un monstruo.
Casi siempre era delicado y tomaba
los golpes de la vida sin devolverlos.
Una vez, sin embargo, pinché un muñeco vudú
novecientas veces en el corazón, pero Madre
me descubrió y dijo, “Basta”. Nunca
volví a perder la compostura, o alguna otra cosa, desde entonces.
Lo único que lamento es que
tampoco encontré nada, solo
esto: “Todos los que persistan alcanzan la luminosa nieve”.

Versión de Luis Alberto Arellano

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