Soy Murka, sobreviviente del
sitio de Stalingrado. Madre
de ocho gatos. O lo que es lo
mismo: de ocho muertos.
Llevaba información de
posiciones enemigas a soldados
rusos, mientras ellos
vigilaban sus últimos minutos de
vida al otro lado de la calle.
1942 fue un invierno duro.
Tan duro como el cadáver de un
niño sin nombre
asesinado por la ametralladora
Maxim. Y por debajo, y
por encima, yo transportaba
restos de algo importante,
algo como el fin del día, como
un ronroneo, como una
lengua áspera entre los dedos
armados, como una alerta
de vigilia, pero vigilia al
fin.
IV
Vamos por Tokio
protegiéndonos
la médula espinal
con papel aluminio.
Niños
e hikikomoris
yacen
en partes
sobre cualquier
lugar y no
los vemos.
El fin del
mundo
es una moda
no caduca,
cada quien
ve uno, por
lo menos.
Un grito,
un gemido,
un sollozo,
tantas
pruebas de vida,
tan poco
que las valide.
EDITH
LO AMA, MONSIEUR GAINSBOURG
Haga el favor de irse a hacer foudre.
Fuera de su retórica no me ama
y yo tampoco.
Una copa sobre el buró es
suficiente
y dos canciones escritas en
papel arroz
Brigitte Bardot puede cuidar
chuchos
Jane Birkin puede cantar con
Beck y cortarse el pelo
Anna Karina puede seguir con
sus ojos tan abiertos
Isela Vega morirá en mi iPod
Edith lo ama y usted tampoco
Yo me retiro
Vi perdida la lucha contra el
humo del tabaco
Monsieur Gainsbourg
Enterré la última caja de
Gitanes
en un campo de repollos.
LUEGO
VOLVEREMOS SOBRE ELLO
Leche negra
noches blancas
nieve oscura
es el clima de un
viajero son la brecha
mullida del hambre.
El hambre es de los
que mueren
en los canales
nocturnos de la
incertidumbre.
En cambio,
un bandido
en la nieve
echa más luz
que una molotov
en la Oficina Oval.
Edith lo ama
y nunca volveremos sobre ello.
Lo sabe usted,
Robert Walser,
porque sabe que
el amor no es más
que una bengala quebradiza
bajo el zapato de un niño.
Edith lo ama.
Y sólo volvió
a la blancura de la joven
salina con sus ojos
muertos bajo la nieve,
con el costado roto por
la vida en la calle.
Edith lo ama, Robert Walser.
Usted nunca volvió sobre ella
ni sobre los vidrios rotos
de un hospital abandonado.
Xitlalitl Rodríguez Mendoza, Catnip, FETA, Col. “La Ceibita”, 2012.
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