Son huesos. Y a veces, la manteca amarilla en los huesos;
y a veces, la sangre roja en las uñas.
Son puercos, o son las cabezas de los puercos,
cuelgan en un gancho las cabezas,
o la cara de estúpida muerte de los puercos
en el vidrio mate del matadero.
O el blanco, aunque blanco embebido de rosa,
la sangre en un sueño de tripas,
sueña el carnicero: que empuña la cuchilla.
Y el blanco delantal que se baña
o que bebe, la sangre que salta de los nervios
en un abrazo con huesos, donde vibra la cuchilla,
y cómo brilla la cuchilla que corta:
esa es la virtud del acero en el puño, que sube,
o la amenaza en la rueda vacía que lo prende
en el espacio del matadero, visible a los ojos,
anuncio de corte. O espeta su filo en una piedra,
y el único ojo vacío se concentra, a la espera de la carne.
Son cortes en la piedra aporreada de sangre,
o grietas, de donde la muerte lo acecha,
carnicero en el sueño rojo, acariciando
el filo afilado, la sonrisa sutil de la cuchilla,
que corta. Y entonces la cuchilla es otra cosa:
ni puercos, ni nervios, ni huesos,
ni siquiera el carnicero que lo sueña,
aunque parte extensiva del brazo que lo vibra,
y parte indeleble de lo que mutila,
el filo afilado, la sonrisa sutil de la cuchilla, que
corta.
Dirceu Villa
Traducción de Sergio Ernesto Ríos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario