lucha
de sonámbulos animales bajo la lluvia. insectos calientes excavan geometrías de
baba por las paredes del cuarto. en agonía, se hinchan, explotan contra la
límpida lámina de la noche. son los residuos ensangrentados del ritual.
en la
cal viva de la memoria duerme el cuerpo. viene a lamerle los párpados un perro
herido. despiértalo para el inútil deambular de la escritura.
abandonado
voy por el camino de sinuosas ciudades. solitario, busco el hilo de neón que me
indica la salida.
aquí
está la deriva por el insomnio de quien se mantiene vivo en un túnel de la
noche. los cuerpos de Alberto y Al Berto sometidos a la coincidencia suicida de
las ciudades.
aquí
está la travesía de este corazón de múltiples nombres: viento, fuego, arena,
metamorfosis, agua, furia, lucidez, cenizas.
arden
ciudades, arden palabras. inocentes
llamas que nombran amigos, lugares, objetos, arqueologías. arde la pasión en la
desmemoria de volver a dialogar con el mundo. arde la lengua de aquel que
perdió el miedo.
germinan
fluidos mágicos adentro de la materia contaminada del cuerpo, los órganos
profundos gimen asustados por el exceso. nunca más volvemos a encontrar un
paraíso. la pausa para respirar no existe, el tiempo de los grandes desiertos
absorbió la savia de los adolescentes días.
el
insomnio, esa herida color de herrumbre, festeja noctívagas alucinaciones sobre
la piel. en la ácida pantalla de los párpados se encienden cuartos alquilados
donde pernoctamos. son blancos finalmente esos pedazos de memoria donde dábamos
abrigo y sosiego a los cuerpos.
para
sobrevivir a la noche decidimos perder la memoria. nos cubríamos con musgo seco
y amanecíamos en un capullo de frío, perdidos en el tiempo. pero, antes que la
memoria fuera apenas una ligera sensación de dolor, registramos inquietantes
voces, caminamos invisibles en la repetición enigmática de las máscaras, de los
rostros, de los gestos deshaciéndose en ceniza.
escuchamos lo que hay de inaudible en nuestros cuerpos.
era
casi mañana en el fin de este cansancio. despertaba en nosotros el vago y
trémulo deseo de escribir.
pasaron
doce años y olvidarte sería olvidarme. repara en el estremecimiento de la
sangre, la muerte mezclando peste en los huesos, los dedos paralizados, el
habla, los espejos.
en el
oscuro callejón del mundo segrego abejas de esperma, la luz del mar donde tejo
cuerpos de agua, la escritura que viene de las tinieblas, recuerdo: un cuerpo volvió a moverse en el interior
del mío.
hoy
abrí nuevamente la ventana donde siempre me recargo y escribí: aquí está la inmovilidad
acuática de mi país, el oceánico abismo con aroma a ciudades por soñar. me
invaden las ganas de permanecer aquí, para siempre, en la ventana, o partir con
las mareas y jamás volver…
releo
lo que escribí hace doce años, en este mismo lugar: las plumas se secaron, los
lápices quedaron perdidos no sé dónde. las gomas ya no borran la melancolía de
las palabras. la escritura que inventamos se escapó del cuerpo. el vacío nos
devora. ¿dónde estuvimos todo este tiempo? ¿volveremos a encontrar y a tocar nuestros
cuerpos?
no
estás aquí pero te veo nítido cuando un pétalo de bruma envuelve la casa y
adormece el deseo. un astro ininteligible
y de órbita difícil me guía, te ilumina. por las rendijas de un espacio
hueco escruto el eco de mi cuerpo, el silente miedo de continuar vivo.
me
siento en la cumbre de mi propio basurero y sonrío. espero que lleguen otros
días con algún sueño, o destino, más feliz.
Al
berto
Traducción de Sergio Ernesto Ríos.
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