2/10/12

Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra/ Una selección de poemas traducidos por Guillermo Fernández





SOY UNA CRIATURA

Como esta piedra
del S. Michele
tan fría
tan dura
tan enjuta
tan refractaria
tan completamente
desanimada

Como esta piedra
es mi llanto
que no se ve

La muerte
se paga
viviendo


Giuseppe Ungaretti




Rechina la polea del pozo,
el agua sube a la luz y la deslumbra
En el colmado balde tiembla un recuerdo,
en el círculo puro ríe una imagen.
Acerco el rostro a evanescentes labios:
se deforma el pasado, se avejenta,
pertenece a otro…
                             Ay, la polea rechina
otra vez y te devuelve, visión, al fondo
lóbrego; una distancia nos aparta.


                                                                                         Eugenio Montale





Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol
y de pronto anochece.


Salvatore Quasimodo





La vida es acordarse de un triste
despertar en un tren al alba; haber visto
fuera la luz incierta; haber sentido
en el cuerpo exhausto la melancolía
áspera y virgen del aire punzante.

Pero acordarse de la liberación
repentina es más dulce; a mi lado,
un joven marinero: el blanco
y el azul de su uniforme, y afuera
todo un mar de colores frescos.

Sandro Penna




TRABAJAR CANSA

Recorrer las calles para escapar de casa
lo hace sólo un muchacho, pero este hombre que va
todo el día por las calles ya no es un muchacho
y no escapa de casa.
                                Hay tardes de verano
en que hasta las plazas están desiertas, tendidas
bajo el sol que está por caer, y este hombre, que llega
por una calle de inútiles plantas, se detiene.
¿Vale la pena vivir solo, para estar cada vez más solo?
Solamente pasear. Las plazas y las calles
están vacías. Es preciso parar a una mujer
hablarle y convencerla de que conviene vivir juntos.
De otro modo, hablamos a solas. Es por ello que a veces
el borracho nocturno empieza a conversar
y relata proyectos de toda la vida.

No es verdad que aguardando en la plaza desierta
se realice el encuentro; pero quien va por las calles
algunas veces se detiene. Si fueran dos,
hasta yendo por la calle, la casa estaría
donde está la mujer, y valdría la pena.
En la noche, la plaza se vacía de nuevo
y este hombre, al pasar, no mira las casas
entre inútiles luces, ya no levanta los ojos:
sólo siente el empedrado que otros hombres hicieron
con las manos callosas, como las suyas.
Es injusto quedarse en la plaza desierta.
Es seguro que existe en la calle una mujer
que, mediante ruegos, querría darle una mano a la casa.


Cesare Pavese




MÉNAGE

Vuelvo a verla, ahora acompañada, diferente,
en el cuarto más profundo de la casa,
en la reunida luz, sin color ni tiempo, filtrada por las cortinas,
con las piernas recogidas sobre el diván, acurrucada
junto al tocadiscos a bajo volumen.
“No en esta vida; en otra”, fulgura su mirada gozosa,
sin embargo más elusiva, como afrentada
por la presencia del hombre que la limita y aplasta.
“No en esta vida; en otra”, leo bien al fondo de sus pupilas.
Mujer capaz no sólo de pensarlo, de no tener esa soberbia
          certidumbre.
Y no es ésta la última de sus gracias
en un tiempo como el nuestro, que tampoco le es extraño
          ni adverso.

“Creo que ya conoces a mi marido”, y él orea una sonrisa
          importuna,
tan pronta como huidiza, como si quisiera sacudírsela de
          encima
y mandarla hacia atrás, más allá de una pared de niebla y años;
y mientras se me acerca tiene el aire de quien viene
al tú por tú, entre hombres, al asunto.
“¿Se puede sacar algo de los sueños?”, me pregunta, clavándome
          sus ojos blancos
y vacíos, ignoro si de torturador en una villa triste o de gurú.
“¿Algo de qué clase?”, y la veo mirarme con ternura
desde lo rubio de su mirada fluida y aguda,
medio apiadándose de mí, creo, por encontrarme bajo esas
          zarpas.
“Los sueños de un alma madura al acoger lo divino
son sueños que iluminan; pero los de un nivel más bajo
son indignos, sólo son expresión de lo animal”, agrega,
clavando sus ojos impenetrables, que no sé si ven ni hacia
         dónde.
Aún no entiendo bien si me interroga
o sigue por su cuenta un discurso sin principio ni fin
y tampoco si me habla con orgullo
o si algo sombrío e inconsolable llora en sus adentros.
“¿Qué objeto tiene hablar de sueños?”, pienso
y busco un nido para mi mente
en ella que está soñando aquí, presente en este instante del mundo.
“¿Y ella no está soñando?”, prosigue, mientras sube de la calle
un vítreo griterío de niños que hiela la sangre.
“Tal vez la frontera entre lo real y el sueño…”, murmuro
y oigo la aguja de zafiro
en los últimos surcos sin notas y el resorte del automático.
“No en esta vida; en otra”, ella exulta más que nunca
y su mirada rebosa una luz insostenible, ostentando otros
         pensamientos,
los del hombre a quien tolera, deseándolos quizá, las caricias
         y el yugo.


Mario Luzi




AL MUNDO

Sé, mundo, y bueno:
existe buenamente,
haz que, trata de, tiende a, dímelo todo.
Yo andaba dando tumbos, eludía
y cualquier inclusión era factible
no menos que cualquier exclusión;
anda, sé bueno, existe,
no te enrosques en ti mismo, en mí mismo.

Yo pensaba que el mundo así concebido
con este súper-caer súper-morir
el mundo así facturado
era sólo un yo mal desembojado
era mi yo indigesto mal fantaseante
mal fantaseado mal pagado
y no tú, bello, no tú “santo” y “santificado”
un poco más allá, de lado, de lado.

Procura (ex-de-ob etc.)sistir
con todas las preposiciones conocidas y desconocidas,
date algún chance, haz buenamente un poco;
que funcione el mecanismo.
Vamos, cuate, vamos.
                         Vamos, münchhausen.
Andrea Zanzotto





ÁRBOL GENEALÓGICO

Si a la sombra de los eucaliptos
se acoplan los bandidos con las putas
nacen los australianos
que de bueno solo tienen
el sombrero con ala levantada.
Bartolo Cattafi






Y la grieta de la taza abre un sendero
en la tierra de los muertos.
W. H. Auden

Como cuando una grieta
recorre una taza.
R. M. Rilke

De ti recibo esta taza
roja, para beber mis días
uno por uno
en las mañanas pálidas, las perlas
de los largos collares de la sed.
Si llegara a caerse o romperse,
lleno de compasión, destruido,
tendré que repararla
para seguir los besos incesantes.
Y cada vez que el asa
o el borde se rompan
volveré a pegarlos
hasta que mi amor realice
la obra lenta y ardua del mosaico.

Baja por el declive
cándido de la taza,
por la parte interior, cóncava
y brillante como un rayo,
la grieta, oscura, fija,
señal de una tormenta
que no deja de tronar
en el paisaje sonoro
del esmalte
Valerio Magrelli


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