Todo se obliga en la esperanza
de aclimatar al tiempo y su memoria
y no decir del portento que repite sus amarras.
Tuvo como todos ovejas para el sueño,
sembró topacios en el cielo
y combatió con corceles y quimeras.
Herido de mordaza
agotó escribir su tacto por los aires,
sudó de las saladas aguas de la noche,
―y por si acaso―
gruñó febril en el filo de un cuchillo.
Monarca de universos milenarios
aclamó el infierno de los triunfos
así como el mendigo muestra su impudicia.
Harto de ajedrez y loterías,
de peces que regalan sus escamas,
se recuesta,
mentiroso y manso,
sobre la astucia de domésticos felinos
para descifrar el anónimo palabrerío de los
siglos.
Ahora,
duerme el niño,
alucina dentro del trompo,
en el vértigo del más inmenso de los trompos.
Luis Mario Schneider
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