El mar antiguo y siempre comenzado,
en vez del oro de los galeones,
las Samotracias y los mascarones,
hoy soporta a mi cuerpo enajenado.
El mar ilustre se ha encolerizado
y su piano fantástico da sones
índigos, verdes, malvas y azarcones
que suscitan pavor innominado.
La médula, la fibra y las raíces
de nuestro ser distienden su cordaje,
mientras ruedan alcurnias y cervices
al sucederse las acometidas
que nos hacen virar hacia el paisaje
donde quedaron flores, sueños, vidas…
Rafael Cuevas
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