Oh
tiránico Amor, oh caso vario
Que
obligas un querer que siempre sea
De
sí continuo y áspero adversario…
Luiz Vaz de Camões
Cúbranle
el rostro, mis ojos se ofuscan;
ella
murió joven.
John Webster
I
Que este amor no me ciegue ni me siga.
Y de mí misma nunca se aperciba.
Que me excluya del estar siendo perseguida
y del tormento
de sólo por él saberme estar siendo.
Que el mirar no se pierda en los tulipanes
pues formas tan perfectas de belleza
vienen del fulgor de las tinieblas.
Y mi señor habita el rutilante obscuro
de un supuesto de hiedras en alto muro.
Que este amor sólo me provoque descontento
y harta de fatigas. Y de fragilidades tantas
me haga pequeña. Y diminuta y tierna
como sólo suelen ser arañas y hormigas.
Que este amor sólo me vea de partida.
II
Y solo me vea
en el no merecimiento de las conquistas.
De pie. En las plataformas, en las escaleras
O a través de unas ventanas mate.
Una mujer en el tren: perfil deshabitado de caricias.
Y sólo me vea en el no merecimiento y entredicha:
papeles, valijas, tomos, sobretodos
Yo-alguien travestida de luto. (Y un mirar
de púrpura y disgusto, viendo a través de mí
navíos y dorsos).
Dorsos de luz de aguas más profundas. Peces.
Mas sobre mí, intensas, ijadas juveniles
aplastadas de gozo.
Y que jamás perciba el
rocío de la llama:
este mojado fulgor sobre mi rostro.
III
Esto de mí que ansía despedida
(para perpetuar lo que está siendo)
no tiene nombre de amor. Ni es celeste
o terrenal. Esto de mí es tempestuoso
y tierno. Danzante también. Esto de mí
es nuevo: Como quien come lo que nada contiene.
La imposible oquedad de un huevo.
Como si un tigre
reversible,
vehemente de su revés
cantara mansamente.
No tiene nombre de amor. Ni se parece a mí.
¿Cómo puede ser esto? Ser tierno, tempestuoso,
danzante y nuevo, tener el nombre de nadie
y preferir ausencia y desaliento
para guardar en lo eterno el corazón del otro.
IV
¿Y por qué tampoco doloso y penitente?
Dolo puede ser un puñal. Y astucia, logro.
Y eso sin nombre, el despedirse siempre
tiene mucho de seducción, emboscadas, minucias
esto sin nombre hiere y hace heridas.
Penitente y verdugo:
como si sólo en la muerte abrazaras la vida.
Es pomposo y punzante. Con aires de santidad
olores de cortesana, puede ser carmelita
o Catalina, ser muchacha o malsana.
Penitente y doloso
Puede ser la suma de un instante.
Puede ser tú-otro pretendido, tu adiós, tu suerte.
Hembra-hombre, ESTO sin nombre puede ser un todo
que sólo se ajusta al Nunca. Al Nunca Más.
V
El Nunca Más no es verdad.
Hay ilusiones y asomos, hay reflejos
de perpetuar la Duración.
El Nunca Más es sólo media-verdad:
como si vieras un ave entre el follaje
y al mismo tiempo no
(y presintieras
contentamiento y muerte en el paisaje).
El Nunca Más es de planicies y grietas.
Es de abismos y arroyos.
Es de perpetuidad en lo que piensas efímero
y breve y pequeñito
en lo que sientes eterno.
No es cuervo o poema el Nunca Más.
VI
Posee nombre vehemente. El Nunca Más tiene hambre.
De hermosura, disgusto, ríe
y llora. Un tigre pasea el Nunca Más
sobre las paredes del gozo. Un tigre te persigue.
Y perseguido eres nuevo, devastado y otro.
¿Encuentras comicidad en lo que es breve: pasión?
Ha de diluirse. Humedades, sábanas
y de hartarse,
El asco. Pero no. Atado a tu propia envoltura
manchado de quimeras, paseas tu costado.
El Nunca Más es la fiera.
VII
Ríos de rumor: mi pecho diciéndote adiós.
Aldea es lo que soy. Aldeana de conceptos
porque me hice tanto de resentimientos
que lo mejor es partir. Y mandarte escritos.
Ríos de rumor en el pecho: que te verán subir
la colina de alfalfas, sin yeguas y sin cabras
mas con la mujer, aquella,
que siempre delante de ella me supe tan pequeña.
¿Saberes? Los olvidé. ¿Libros? Los perdí.
Me perdí tanto en ti
que cuando estoy contigo no soy vista
Y cuando estás conmigo viene aquella.
VIII
Aquella que no te pertenece aunque quiera
(porque ser perteneciente
es entregar el alma a una Querida, la del áspid
obscura y clara, negra y transparente), ¡Ay!
Saberse perteneciente es tener más nada.
Es tener todo también.
Es como tener el río, aquel que desagua
en las infinitas aguas de un sinfín de ningunos.
Aquella que no te pertenece no tiene cuerpo.
Porque cuerpo es un concepto supuesto de materia
Y finito. Y aquella es luz. Y etérea.
Perteneciente es no tener rostro. Es ser amante
de otro que ni nombre tiene. No es Dios ni Diablo.
Ni tiene ijada o hueso. Se agrieta sin ofender.
Es vida y herida al mismo tiempo, “ESTE”
que bien me sabe entera pertenecida.
IX
Ijada, hueso, algunas veces es todo lo que se tiene.
Piensas de carne la isla, y majestuoso el hueso.
Y piensas maravilla cuando piensas anca
cuando piensas ingle piensas gozo.
Mas todo más fallece cuando piensas tardanza
y te despides.
Y cuando piensas breve
tu balbuceo trémulo, tu texto-desengaño
que te espía, y espía el poco tiempo rondándote la isla.
Y cuando piensas VIDA QUE DESCORAZONA. Y retomas
lucha, ascesis, y las muelas del tiempo van triturando
tu esmaltada garganta…¡Mas así mismo
canta! Aunque se deshagan ijadas, veredas…
canta el comienzo y el fin. Como si fuese verdad
la esperanza.
X
Como si fuese verdad encantamientos, poemas
como si Aquel oyese arrebatado
tus cantares de loca, las cantigas de la pena
como si a cada noche de ti se despidiese
con colibrís en la boca.
Y candelas y frutos, como si fueses amante
y estuvieses de luto, y Él, el Padre
te hiciese por eso adormecer…
(como si se apiadase porque humana
eres apenas polvo,
y Él el gran Tejedor de tu muerte: la tela).
Como si fuese vano amarte y por eso perfecto.
Amar lo perecible, la nada, el polvo, es siempre despedirse.
¿Y no es Él, el Hacedor, el Artífice, el Ciego
el Seguidor de eso sin nombre? Eso…
El amor y su hambre.
Hilda Hilst
Traducción de Sergio Ernesto Ríos.
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