En “Piedrapizarnik” Sergio Ernesto
Ríos se acerca a Alejandra, la mira, la escucha, se apropia de sus pasiones:
jardín, bosque, palabra, noche, lilas, viento, espejos. Habla con ella y, con
cuidado, la consuela, aleja sus miedos y calma su sed.
El miedo de Alejandra lo documentó Olga Orozco: en noches
de desolación había que contarle cuentos como a una niña; había que hacerle
certificados que le devolvieran el sosiego:
Yo,
gran sibila del rey, certifico que a Alejandra Pizarnik nadie le pisará la
sombra, que ninguna piedra maligna se cruzará en su camino, que la alimaña
huirá ante su sola presencia, que no habrá nada que obstaculice su camino, que
por el solo hecho de estar el sol brillará con más fulgor que nunca, y que
todas las puertas que toque se abrirán si ella así lo desea.
Firmado,
gran sibila del rey, o cocinera del emperador.
Así Sergio Ernesto Ríos elabora variados certificados
para conjurar el miedo de Alejandra: “Yo, Primer Cocinera del Rey, que abstengo
los ojos, la nariz filosa y la desvencijada lengua y creo en sal descalza, en
migajas que velan vasos y mesa, en el viento que barniza a los perplejos su
plato magro, y creo en el asiento de la tarde cuando muerde los vidrios de
cera. Certifico que el oro adverso de los hornos, que el simple polvo
cabizbajo, que las madrigueras cetrinas del musgo, no confundirán, no
escoltarán más tus salidas. Anoche aseguré toda el agua en el cuerpo de un
molusco, se despedía la sed”. Y aparece también Darvulia, Hechicera del Bosque,
quien aparta la rapiña de su insomnio; y la Falsa Tortuga que le advierte.
Certifican también el Deshollinador Absurdo, la Nodriza Umbilical de los
corredores, la Corza por la espina del labio y, al final, el Arquitecto Póstumo
del Reino intenta amortiguar la caída de Alejandra advirtiéndole, también él, que en el fondo de todo hay un jardín.
Sergio reescribe, además, la prosa de Pizarnik y permite
que Alejandra-Alicia entable un diálogo con el elusivo conejo-hombre del
antifaz azul. Si en el relato de Pizarnik el hombrecillo del antifaz
precipitaba su caída, en el de Sergio Ríos es causa de que Alejandra formule
una serie de preguntas a raíz de las cuales el hombre del antifaz es
desenmascarado:
A.
…¿qué
podrías domesticar mejor, la luz que se ahoga como insecto árido o el viento
ojeroso en los reptiles?
Hombre de Antifaz Azul
El
viento. El viento no. No, que sea la luz, odio el tropiezo involuntario, no hay
bastón puntual.
A.
Te
imaginaba aéreo. Dispuesto al vagabundeo de ventanas.
Hombre de Antifaz Azul
Olvidas
nuestro encuentro, soy fiel a la máscara que guarece musgo.
Si en un momento Sergio pretende salvar a Alejandra,
aquí, nos enteramos, la salvación es a la inversa; Alejandra lo salva a él y
sentencia: “Por eso, ya no serás un paraguas estéril, la lluvia te hará huésped,
se disfrazarán juntos, revolotearán las ventanas nómadas del árbol y el bosque
te dejará nacer” (“Y yo? ¿A cuántos he salvado yo?” se preguntó mucho tiempo
antes la poeta en Extracción de la piedra
de la locura). Piedrapizarnik se convierte en pastora de Ríos. Los motivos de la poeta se entrelazan con los
del poeta: insomnio, relámpagos, azogue y ella le dice a él, esta vez, que
también, al fondo de todo, hay un jardín.
“Piedrapizarnik” es mucho más que un homenaje a la poeta
y Alejandra mucho más que una piedra; Alejandra múltiple y fragmentaria cobra
vida, gracias al talento y a la sensibilidad de Sergio Ernesto Ríos, en un
sinfín de imágenes: Pastora, Madre, Viajera con el Vaso Vacío, Pupila de la
Endecha, Hija del Viento… Y al final, solamente Alejandra, y la incertidumbre:
“Ya están sin freno las goteras. Ya secuestró al patio, al balcón una cascada
negra. Ya tiritas, Alejandra, debajo de qué”.
Carmen Álvarez Lobato
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