Confiar en el azar es estúpido. Y me gustan las
cosas estúpidas. Leí Muerte del dandysmo
a quemarropa en un ETN que iba a Guadalajara. Al abrir el libro vi una
imagen que me pareció peligrosamente familiar y de pronto me sentí en un
capítulo de Twin Peaks. ¿Acaso era Bob, ese demonio canoso de nariz afilada?
No. Se trataba del rostro de una mujer hermosa, que más bien se parecía a Laura
Palmer. Esta imagen conforma la primera parte del libro: Cabeza Pudahuel. Pero,
la verdad sea dicha, he fumado demasiada cosa y tengo el seso ya comido. Así
que no hice caso de esta reverberación espiritual y abrí mi sándwich gratuito.
Seguí haciendo el intento de recordar en dónde había visto esa imagen y tirando
de los anzuelos que ésta me ofrecía. Nada. “¿Qué son 800 pesos a cambio de un
pan aguado con mayonesa y una embarrada de jamón más triste que mi tía
Socorrito?”, pensé y me comí el sándwich de dos o tres mordidas.
Viajaba muy oronda con los oídos tapados por la
presión y con mi Muerte del dandysmo. Viajaba de regreso a la casa cuarteada de
mis padres, a mi cuartito de la lavadora, a mis libreros empotrados. Viajaba a
quemarropa. Mientras, esperaba encontrar una carnicería en este libro. Una
carnicería que nunca llegó. Luego de mi evento parapoético con el cuadro de
Carlos Maldonado, que retomaré más adelante, la lectura fue una caída libre. Es
un libro de amor, me dije. No, es un libro de amor voraz. Amor de encierro. Del
que sólo ama la belleza convulsiva. Es un libro del amor loco y, por lo tanto,
de la coincidencia. De ese que te hace extranjero en tu propia sangre y te hace
vagar en los países más ajenos como por el patio de tu primaria. Sobre todo,
parecía el libro de un poeta jovencísimo y brillante. Y Sergio Ernesto es
brillante es, pero joven, lo que se dice joven…
Hace una semana entrevisté a Sergio para Vice y me
dijo que los primeros poemas los había escrito hace seis años. “Estaba harto de Buenos Aires —me dijo—
una ciudad apestosamente ‘snob’, esa palabra que es la abuelita de la palabra
‘hipster’, así que pasé dos semanas escribiendo y bebiendo vino, feliz y solo,
a un pasito de la nieve y los Andes”. Eso explica muchas cosas. Así inició este
libro. Como un libro de viaje en las celdas de la soledad amotinada.
No es que los siguientes poemas carezcan de la misma
vitalidad que los primeros, al contrario. Es sólo que el manejo del lenguaje en
“Sección de los adoradores nocturnos” (que es la segunda parte del libro) es
una pira controlada. En el poema B, sin duda uno de mis favoritos del libro,
las aliteraciones sólo funcionan como pequeñas hélices de significado para
elevar un helicóptero de imágenes sobre un “bosque de ballena bacteria barro
bruja brillo bruma de búfalo”. Estos textos parecen paisajes de los estudios
Ghibli hechos con palabras de un español físico, un español de viaje, un
español que a veces saca de apuros y que otras, solamente acompaña. ¿Era
español o sólo me pareció porque lo sentí cercano y en realidad es portuñol o
lengua franca o lengua madre o lengua muerta? En todo caso, ese registro me
atravesó como Juan por su casa.
Un fondo blanco. La cabeza Pudahuel volvió a mi
memoria sobre un fondo blanco. También era un libro donde la vi antes. Un libro
muy querido. Sólo tenía que sacar mi maldita mochila del maletero superior y
quitarme de dudas. Por más que quería convencerme de que estaba equivocada, y
que todo acabaría —como siempre— en una chorrada, me obligué a sacar mi mochila
y confrontar mi teoría. Ahí estaba. “Desarmando el silencio” del poeta serbio
Charles Simic, con la Cabeza Pudahuel en la portada. Ese libro fue publicado
por la editorial tapatía Paraíso Perdido hace muchos años. Yo no creo en los
libros favoritos, ni en los poetas favoritos ni en las mesas esquinadas de los
cafés. Mi libro favorito siempre es el que estoy leyendo; pero cuando me siento
triste, siempre llevo Dismantling the
silence como una especie de amuleto.
Cuando abrí Muerte
del dandysmo a quemarropa, yo estaba preparada para leer a un Albión en 3D,
con un humor que me sacaría los ojos y con imágenes en blue ray. Pero este
nuevo libro era diferente. Simic dice que “el azar es una herramienta con la
cual rompemos nuestras asociaciones habituales. Una vez rotas, utiliza una de
las piezas para lanzarse a lo desconocido”.
Y el incidente Cabeza Pudahuel, fue mi jugada de lectura. Breton afirma
que “Sólo es preciso saber orientarse en el dédalo. El delirio de
interpretación no comienza sino allí donde el hombre mal preparado se atemoriza
ante esta selva de indicios”. Yo me atemoricé porque todo embonó demasiado bien
y porque cuando un libro, en este caso Muerte
del dandysmo a quemarropa, te refleja, te sientes peligrosamente
afortunado. Sientes que tienes que dar algo a cambio. Y por las potentes
imágenes que el autor logra en este libro, probablemente sea tu alma. Yo en tu
lugar, desconfiaría del que está sentado a mi lado.
Luego me pasó igual que me pasa con la poesía que me
gusta: tuve noticias de mi imperio. De un imperio lejano que perdí desde hace
mucho. Ese imperio ajeno a las resacas, ese ruedo en donde pagamos por morir y
que al final nos regresa nuestro dinero. Ésta es la hermosa muerte del
dandismo, de la mano de versículos, de prosas, de listas quirúrgicas que sirven
también como instrucciones de vida.
Ya con mi descubrimiento a todo galope, llegué a la
última parte del libro, que lleva un título estupendo: Yo en tu lugar
desconfiaría del cabello de paja. “Mi creencia en la poesía es también mi
creencia en el misterio” dice Sergio en la entrevista. Así que mi experiencia
Twin Peaks empezaba a tomar sentido. No debería darme vergüenza tener miedo
mientras leo poesía a mitad de la autopista a México-Guadalajara, en el tramo
Maravatío-Zapotlanejo, ¿o sí?
Cómo podría leer lo siguiente sin que me diera
miedo: “Es una
calabaza de halloween blanca con un antifaz de zorro murciélago, el zorro tiene
cuatro ojos y está alegre (aunque a veces se distingue una mirada siniestra)”
¿Acaso no es por eso que leemos poesía? ¿No es el reconocimiento de nosotros
mismos lo que nos confronta?
Con esas prositas del terror me sentí, como Simic en
su libro El flautista en el pozo: “A
solas, profundamente conmovido, tenía una sensación muy clara de existir”.
Sergio y Simic estaban hermanados. Claro que este descubrimiento no es algo que
le vaya a servir a Sergio para su currículum, pero esta estupidez estaba en mí
como chivo en cristalería. Ambos libros me acompañaban en un ETN La Línea más
Cómoda y ambas visiones del mundo, con las que me identifico tanto, habían
convergido ahí de modo aparatoso, frente a mis ojos. Además, ambos nombres
empiezan con S, otra coincidencia estúpida. Ambos coincidieron en estos siglos
de repechaje. Ambos venían en mi mochila y me acompañaban a quién sabe dónde.
Ah, sí, al Molachos, a las tostadas del Santuario.
Muerte
del dandysmo a quemarropa dice
que soy una especialista de excursiones al infierno, que la poesía es un crimen
que no puede realizarse sin cómplice, que cuando comparo mis poemas con los
suyos me da la sensación de ir en un burrito al lado de una conexión a internet
de fibra óptica. Y todo esto me delata. Porque son pocos los poetas que no te
usan como blanco sino como arma para los criminales fines de la poesía. Éste es
el caso de Sergio Ernesto.
Confiar en el azar es estúpido, tan estúpido como
confiar en la poesía. Sobre todo en la poesía de Sergio Ernesto Ríos. Y me
gustan las cosas estúpidas, porque Arturo Carrera dice que la poesía estúpida
es en verdad atrayente y fascinadora. Y pues... yo no soy nadie para
contradecirlo.
Xitlalitl Rodríguez Mendoza.
*Texto leído en la presentación del libro "Muerte del dandysmo a quemarropa".